MARLAN

El hombre dejó la novela gráfica que estaba ojeando en la estantería y llevó los otros dos libros a la caja. La muchacha le sonrió, como siempre, y le recomendó un par de novedades.

– …también podrías venir esta tarde a ver la Sesión de Brujería y Hechizos del Mago Marlan, será abajo, en la sala de juegos.
– ¿Brujería y Hechizos?- el hombre rió divertido, sacudiendo la cabeza.
– ¿Algún problema con eso?

La voz surgió a su derecha, procedía de un muchacho arrogante de unos veinte años, con una perilla perfectamente afeitada y la media melena repeinada con gomina.

– ¿Eres tú ese Mago Marlan?
– El mismo.
– ¿Y haces magia, brujería o hechicería?
– Son la misma cosa.
– Claro, disculpa mi ignorancia. Gracias, preciosa. Nos vemos.

El Mago Marlan no parecía conforme con su respuesta y se interpuso en su camino, temerario.

– ¿Por qué no vienes y lo descubres por ti mismo? Es una sesión gratuita, podrías aprender mucho si te interesa la magia – dijo aquello señalando los libros de ilustraciones de hechicería y magia rúnica que llevaba en la bolsa. El hombre suspiró, sin perder la sonrisa y puso una mano condescendiente en el hombro del joven.
– Uar Na Dhun Ubar.
– ¿Qué significa?
– Aprende los caminos de la verdadera magia, chico.

Antes de que el muchacho pudiera responder, su alrededor cambió completamente. Ya no estaban en la tienda, sino en una especie de mazmorra con paredes de madera oscura y húmeda y el tipo que le sujetaba por el hombro no era un treintañero vestido de negro y con chaqueta de cuero, sino un sujeto enmascarado ataviado con una túnica cubierta de runas. Seguía llevando una bolsa de plástico con libros en la mano, que desentonaba completamente en aquel espacio.

– Hechicería, Brujería y Magia son disciplinas distintas. En ésta época tuya lo confundís y degradáis todo. Vuestra fantasía es hermosa y rica en nostálgicos e imaginarios personajes de la magia. Me fascina, pero la difusión de la falsa cultura de la magia que pretendes me ofende. Si quieres aprender los caminos de la magia, busca un maestro que te enseñe su verdadera naturaleza, y el mundo que hay detrás de ese cristal de pecera que os envuelve. Si quieres ser ilusionista no hay pega, pero un verdadero mago es otra cosa distinta.

Cuando parpadeó, el hombre bajaba la escalera y salía de la tienda sin mirar atrás. Le había dejado en la mano un canto rodado, frío y pesado, con un dibujo grabado. Respiró hondo, recobrándose de aquella visión extraña y miró a Paty, la dependienta de por las mañanas, que le observaba fijamente diciendo algo.

– Uar Na Dhun Ubar?
– ¿Cómo dices?
– Que si te ha dicho que vendría. Es tan… misterioso, ese hombre. Viene todas las semanas y compra libros de ilustraciones y de fantasía. Siempre sonríe y paga en efectivo. Nunca he podido sonsacarle nada… pero es guapo. ¿Crees que tendrá novia?

El Mago Marlan bajó al piso inferior, aunque sabía que ya era tarde para seguir al tipo de la chaqueta de cuero, atravesó la sala de juegos y la portezuela que daba al almacén y a la calle de atrás. Dio un par de vueltas a la manzana, tratando de encontrar al hombre, pero había desaparecido. Subió hasta el mostrador donde Paty ojeaba distraída un catálogo y le instó a quitar los carteles y a retrasar la función.

– Pero Mario, ¡ha confirmado mucha gente que vendría!
– Di que me he puesto enfermo.
– ¿Estás enfermo?
– No, sí, tú dilo. Mira, me ha surgido algo, no puedo hacer la función de esta tarde…
– ¿Qué mosca te ha picado? Llevamos dos semanas con la promoción… ¡me he comprado un disfraz de bruja para venir esta tarde!
– Lo haremos el viernes próximo, ¿vale? Te lo prometo… tengo que arreglar unas cosas y… te lo contaré más tarde. ¡Me tengo que ir!

Mario López Antigua, Marius o Marlan para los amigos del rol y en un futuro para los clientes de sus sesiones de hipnosis e ilusionismo, salió disparado de la tienda camino del piso que compartía con un estudiante de medicina que nunca estaba en casa. Era una buhardilla en el centro de Madrid, en un cuarto piso sin ascensor en la que a menudo se colaban los gatos de la vecina y en la que apenas entraba nadie más que él y su compañero de piso, que entre clases, prácticas y sesiones de estudio, no pasaba allí casi ni las 6h al día que dormía, porque a menudo dormía en casa de la novia, así que Marlan disponía de los 45m2 de buhardilla casi para su entero uso y los tenía llenos de pósteres y hojas pegadas con bluetack o clavadas con chinchetas en el yeso repintado de azul ultramarine en el techo y en la pared frontal de su cuarto.

Se sentó en la cómoda colchoneta de yoga que su hermana le había regalado la navidad pasada y se dispuso a rememorar lo sucedido. No lo había soñado, estaba convencido de que lo había vivido. Lo había sentido con una intensidad que rayaba en el dolor. ¿Qué demonios había sido eso?

Tenía prevista una charla sobre brujería y hechicería, perfectamente documentada con los libros que tenía por casa y preciosas imágenes sacadas de internet, como preludio sobre la necesidad de la mente de creer y ser engañada y de ahí saltar al ilusionismo y la hipnosis, que eran sus ámbitos de estudio y aquel tipo le había desmontado por completo. ¿Verdadera naturaleza del mundo? ¿Magia auténtica? Intentaba recordar detalles de la máscara, parecía una máscara de bunraku o de cuervo, blanca y con dibujos negros, pero solo había podido ver claramente la barbilla, alucinado como estaba por la capa de runas tejidas. ¡Como le gustaría tener una túnica así! Sacó del bolsillo la piedra con el símbolo tallado. No había visto aquella runa en su vida. Le llamó la atención que tras largo rato manipulándola, la piedra seguía fría. Aquello por sí mismo era emocionante. ¿Y las palabras? ¿Luarna dunbar? “Aprende la verdadera magia”

Puso música en el ordenador, suficientemente alta para que le envolviera mientras buscaba documentación para rehacer su ponencia. Música épica de 2stepsfromhell, que siempre le inspiraba y le transportaba a mundos de fantasía. En cada acorde de música en su mente resonaban las palabras del desconocido “Luarna dunbar – Uarna dun bar – Uar na dhun bar…”

– Hola.

Marius dio un respingo, no esperaba a su compañero de piso tan pronto, pero en la habitación no había nadie. Se volvió y vio a uno de los gatos de la loca de enfrente sentado en la mesa de la cocina. Debía haber dejado el tragaluz del baño abierto y se habría colado.

Cuando se levantó para espantarlo le pareció que el gato sonreía y se detuvo un instante. Pero en seguida reparó en que era una mueca creada por las sombras entre las rayas de su cara y levantó los brazos, dispuesto a chistarle.

– Veo que por fin estás progresando. Me ha sugerido un amigo común que venga a charlar contigo.

Marius bajó los brazos, estupefacto, al tiempo que se le descolgaba la mandíbula y contenía el aliento. El gato le había hablado. No era una ilusión, había abierto la boca y lo que debía ser un maullido había articulado palabras concretas y perfectamente comprensibles.

– ¿Qué te pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato?

El gato, un ejemplar de bosque de Noruega de largo pelaje gris rayado volvió a sonreír y se estiró, sacando las uñas sobre el mostrador. Después saltó al suelo y se acercó a él.

– ¡Quieto! ¡No te acerques!
– ¿Hoy no me vas a coger en brazos y a devolverme con mi dueña? Te noto un poco hostil, hechicerillo.
– ¿Qué?
– Siéntate.

Ni siquiera se dio cuenta de que lo hacía, pero Marius se sentó en la esterilla, adoptando una postura de meditación con las piernas recogidas y la espalda muy recta. El gato se sentó frente a él y le miró fijamente a los ojos.

– Llevamos tiempo observándote. Tienes potencial, chico, pero lo estabas malgastando. Si no me han informado mal, ya te han abierto los ojos. Prueba de ello es que me entiendes, claro… Porque me entiendes, ¿verdad?

Marius tragó saliva y asintió repetidamente con la cabeza. Estaba demasiado estupefacto para hablar. Se pasó la lengua por los labios, pero no logró articular ni una palabra. Así que el gato continuó.

– Las cosas van a cambiar un poco para ti. Cuando las sombras perciben que hay un novato como tú salen a cazarlo y muchos acaban demenciados por verlas. Tú vas a ser más fuerte, ¿no? Tienes dos caminos ahora: hacerte más fuerte y salir de tu mundo humano o rajarte y tratar de permanecer en él, pero nunca dejarán de perseguirte y no siempre estaremos en el piso de al lado para protegerte…

El gato había empezado a lamerse la pata y dejó de hablar. Al fin Marius logró pronunciarse.

– ¿Por qué puedes hablar?

La mirada del gato parecía de todo menos gatuna.

– ¿En serio eso es todo lo que te preocupa?
– Nno, no, claro, pero…
– Puedo hablar tu idioma porque soy un aurein, no un gato común. Mi compañera humana me llama Hugin, como el cuervo de Odín y a mi hermano, que es quien suele venir a verte por las noches, le llama Munin. Es una chica creativa, por eso nos gusta y por eso vivimos con ella. Sus gatos anteriores eran todos gatos, pero ella no lo sabe, aunque algo percibe. No podemos despertarla si no lo hace uno de su especie, no funciona así, ¿sabes?
– ¿Despertarla?
– Como a ti. No sé qué le has hecho al viejo, pero estaba muy interesado en que conozcas el camino al mundo sumergido. No sé si le gustas o le has molestado. Eso nunca se sabe cuando nos piden que iniciemos a un novato como tú…
– ¿Habéis iniciado a más gente?

El gato volvió a sonreír, esta vez de medio lado nada más y se dejó caer en el suelo, tumbándose cómodamente. Marius creía que los gatos eran siempre elegantes, pero aquel enorme gato de pelo largo carecía de la sutileza felina de su especie.

– La gente como tú, que ve más allá, es rara de encontrar, pero no eres el único. Si lo fueras el mundo humano sería tremendamente aburrido.

Le sacó de su ensoñación un golpe en la puerta. El gato apenas se inmutó, miró hacia la puerta con resignación y pareció que arqueaba una ceja.

– ¿Piensas abrir?
– Sí, claro. – Marius se levantó de un brinco y fue hacia la puerta, ni siquiera miró por la mirilla. Su vecina, Anneli, buscaba al gato.
– Siento muchísimo que haya vuelto a colarse en tu casa. Puse una red en la ventana, pero la rompe todas las veces.
– Tranquila, no… no es molestia.
– Ven aquí, Hugin.

El gato acudió a los brazos de la chica, que volvió a disculparse azorada y se lo llevó corriendo a la puerta de enfrente. Marius se fijó en que llevaba las manos llenas de pintura y se preocupó por el pelaje del gato, que luego se lamería, comiéndose la pintura… descartó aquella idea. Si el gato podía hablar hallaría el modo de quitarse la pintura sin intoxicarse.

Cerró la puerta, respirando hondo. Aquello había sido… raro. Bastante increíble. De hecho, no había nadie a quien pudiera contárselo, porque nadie le creería. Hacía unos meses había estado escribiendo un blog con sus aprendizajes de magia, pero además de haber sufrido el boicot por parte de otros estudiantes de hipnosis e ilusionismo, no había sido suficientemente perseverante y tampoco había llegado a tener muchos seguidores. No había nadie con quien compartir aquello. Pensó en su hermana, de erasmus en Finlandia. Le había contado que su vecina amante de los gatos era finlandesa y se había reído mucho por la coincidencia, pero no se reiría igual si le contaba que sus gatos hablaban.

Se pasó la mano por la cabeza y el tacto de la gomina le molestó. Se había estado preparando con esmero, a pesar de que aborrecía el fijador de pelo, para dar un aspecto de mago profesional, incluso se había hecho con un traje y una camisa roja. Pero ahora todo aquello parecía no tener sentido.

Se metió en la ducha para quitarse aquella porquería del pelo y pensó en las palabras de Hugin. Era irónico que el significado del nombre fuera “pensamiento”, porque no podía sacárselo de la cabeza. Aquel gato se había colado en su piso unas siete u ocho veces desde que se había mudado allí ¿le habría hablado todas ellas y él no había sido consciente? ¿Qué le habría contado? ¿Existía realmente ese otro mundo sumergido? ¿Sumergido en qué? ¿Quién diablos era el tipo de la librería y qué le había hecho? ¿Le habría drogado?

El agua empezó a salir demasiado caliente y no era capaz de regularla, descolgó la alcachofa de la ducha y trató de cerrar el grifo, sin lograrlo. La ducha se llenó de denso vapor de agua y el grifo ardía demasiado como para tocarlo y cerrarlo. Marius maldijo la fontanería de aquella vieja buhardilla y palpó fuera de la mampara hasta coger la toalla y con ella intentar cerrar el grifo mientras con la otra mano apartaba el chorro de agua ardiente de sus pies. Una mano blanca como los azulejos salió de la pared y le detuvo. Marius ahogó un grito y se echó hacia atrás, notando como otras dos o tres manos frías, de azulejo empapado, le sujetaban. Levantó el chorro de la ducha para tratar de quemar a aquella mano hostil que salía de la pared, pero no parecía hacerle daño. De los azulejos salió un rostro de azulejo blanco, sin ojos, que abrió una boca enorme de azulejo curvo por la que resbalaba el agua ardiente y el vapor condensado.

– Saludos, aprendiz.

La voz sonaba hueca entre el vapor de agua y Marius, aterrado y sujeto por blancas manos de azulejo, no podía ni moverse. Se empezó a quemar los pies.

– ¿Qué bando elegirás? ¿Qué magia elegirás?¿Clamarás por nosotros? ¿Lo harás? ¿Lo harás?

ARTAX

 

Aquello resultaba muy incómodo, el cristal mágico le había llevado hasta la azotea y luego los gritos le habían conducido hasta aquel cuarto de baño oscuro e infestado de alimañas de brujo.
Golpeó con su vara a los dos esperpentos con aspecto de pared de azulejo deformada y astilló las baldosas, haciendo saltar esquirlas por doquier. Había alguien pegado a la pared, pero ya estaba cubierto de sangre cuando le percibió, así que corte arriba, corte abajo, tampoco le supondría una gran diferencia. Cuando las criaturas se unieron para enfrentarse a su oponente, hizo girar la vara con gran habilidad, en el reducido espacio entre las paredes del baño y con mano experta dibujó en el vapor la runa que los recogió en el aire y los hizo encogerse y retorcerse hasta caber por las rendijas del brazalete que extendió ante ellos. La luz se disipó en cuanto encerró a las alimañas.
La luz del baño estaba fundida, pero en los otros cuartos funcionaba bien. Cuando hubo comprobado las otras habitaciones volvió al cuarto de baño, donde el muchacho yacía encogido y ensangrentado contra la esquina de la pequeña bañera y lo contempló de arriba abajo con la lúgubre luz que entraba desde el salón. Empapado, herido y cubierto de esquirlas y polvo, el aspecto que ofrecía era patético. Sin embargo, la forma en la que observaba la escena y a su salvador, como tratando de descifrar lo sucedido, más curioso que dolorido, le hicieron verle de otra forma.
– Bueno, ¿y quién eres tú? No esperaba tener que pagar peaje por alojarme. ¿Hugn o Munn?
– ¿Cómo dices?
El chico se incorporó y al hacerlo las heridas que sujetaban los fragmentos de baldosa se abrieron y comenzaron a sangrar aún más.
– ¡Joder!
-¿Estás bien? ¿Puedes moverte?
– Duele…
El recién llegado chasqueó la lengua molesto. Se mancharía de sangre y aquello sería un contratiempo, había viajado ligero aposta. Resopló y le ayudó a salir de la bañera, llevándolo hasta el futón que ocupaba el centro del salón, donde lo tumbó para poder observar sus heridas a la luz.
Solo un par de ellas eran profundas como para precisar de alguna sutura, pero estaba lleno de pequeños cortes en casi cada centímetro de su piel. Aquello era engorroso. El joven tenía un cuerpo atlético, casi vigoroso y su joven rostro, contraído en una mueca de dolor, tenía cierto encanto, pero no era momento para reparar en esos detalles.
– Voy a tener que sacar mucha metralla de todas esas heridas, amigo. ¿Tienes algún sedante? ¿Algún hechizo de sanación o algo que nos sirva? ¿Dónde está el otro? Nos vendría bien la ayuda de tu compañero…
– ¿Compañero?
Marius pensó en Fran, el estudiante de medicina. ¿Quién diablos era ese tipo y qué sabía de ellos?
– Oye, esto no se me da muy bien, creo que tendría que echarte algún potingue o algo que te limpie un poco esto… Creo que he reventado la ducha, así que…
– ¿Qué ha pasado aquí?
Los dos se volvieron hacia la voz que entraba por la ventana. Hugin había saltado al piso y un gato negro le seguía. El recién llegado clavó una mirada confusa en el muchacho tendido en la colchoneta, desnudo, con los pies escaldados y el cuerpo cubierto de heridas y después en los gatos, que le escrutaban inquisidores. El gato negro se adelantó.
– Tú debes ser Artax, te esperábamos… En la puerta de arriba.
– Eso explica muchas cosas… ¿y el chaval?
– Es un neófito. Lamento las molestias, nos distrajimos… Si eres tan amable de acompañarme al piso, Hugin se encargará de arreglar este desastre.
– Claro.
Artax miró una última vez al muchacho y se incorporó aliviado. El aurein le explicaría lo sucedido. Mientras tanto, en la colchoneta tendido, Marius trataba de ordenar lo sucedido: los demonios de la pared, el estallido de las lámparas y las paredes, el torbellino que había disipado la niebla y la luz violácea que había sido absorbida por la silueta de sombras, que había resultado ser un joven de larga melena recogida y con la cara marcada por una gruesa cicatriz, como una lágrima rosada. El gato negro se lo había llevado y el tipo había brincado por la ventana del techo como un yamakasi… Las cosas cada vez tenían menos sentido.
– Debes descansar, muchacho. Lamento el despiste, estábamos preparando la estancia de Artax y no nos fijamos en los carroñeros. No ha sido la mejor de las entradas en el mundo sumergido, ¿verdad?
– Mi baño está destrozado…
– ¿El baño? ¿No te has visto, ¿verdad? Mejor. Oye, ¿ves el penacho blanco de mi cola? míralo fijamente… Sígue el penacho blanco… Sí, no apartes la vista… Sígue el punto blanco… Sigue el blanco… Sigue el camino blanco… Así, muy bien…
El chico cerró los ojos, hipnotizado, y el gato se puso a dos patas, estirándose y creciendo después hasta tomar una forma semi humana. Buscó por la casa hasta encontrar un bote de aceite esencial de lavanda, que le había visto usar en los humidificadores y colocó una gota sobre cada ojo, pronunciando unas palabras. Después dedicó lo que quedaba de noche a revisar, extraer el material, limpiar y desinfectar cada herida. Para la frente y la cadera trajo de casa de su dueña humana puntos de aproximación y para el resto del cuerpo un bote de clorexidina en spray. Repitió el proceso por la espalda y le dejó tumbado boca abajo. Le echó una manta suave por encima y esperó. Tendría que explicarle al mago que habían descuidado su vigilancia y que de no haber sido por la llegada de Artax, el chico probablemente estaría muerto o desquiciado…

Artax se acomodó en uno de los enormes sillones de orejas que ocupaban el Salón del Fuego en el corazón de la invisible posada llamada “La Pensión del Gato”, era un lugar formidable y acogedor, suspendido sobre varias cubiertas del casco antiguo de la capital hispana. Se conocía aquel recinto en todo el submundo como un oasis sin bandos, un lugar de comercio, encuentro y reunión donde estaban prohibidas las peleas y las armas. Los cambiantes se encargaban de custodiar las posesiones de todos los huéspedes, sujetos a un juramento rúnico y a una maldición dolorosa en caso de desobedecer las normas de la casa.
Frente a él se sentaba una muchacha delgada y de aspecto frágil, vestida con unas mallas de rayas negras y moradas y un vestido asimétrico de algodón verde con una gran capucha. Llevaba los brazos cubiertos de pulseras de cuero y cuentas, un collar rojo de perro en su delgado cuello y el pelo suelto adornado con trenzas, rastas e hilos de colores. Con las manos tan llenas de anillos y los cascabeles en la ropa, Artax se preguntaba dónde estaba la discreción que pretendían preservar con el encargo.
Le había contratado aquella muchacha, a través de la Pensión del Gato, para un trabajo de limpieza, porque el objetivo estaba llamando demasiado la atención entre los humanos. Quizá había estado mucho tiempo fuera de la capital, pero su aspecto no le parecía precisamente discreto.
– Háblame del Solitario.
– Es un vampiro. Caza en la calle y llevamos semanas intentando ocultar sus huellas. La policía ya está sospechando y han reforzado la vigilancia…
– ¿Desde cuándo eso tiene algún peso para vosotras?
– Se aproxima una luna especial para mi gente. Necesitamos alejar toda mirada inapropiada de nuestro territorio.
– ¿Seguro que es Solitario?
– Completamente. He hablado con los clanes de los hijos de la noche y no está con ellos, tampoco con sus coetáneos de los alrededores. He hecho que preguntaran en todas las redes e incluso a la Sildhala. No está con nadie. Puedes proceder.
– La responsabilidad en este caso es del cliente, ¿lo sabías? Yo ejecuto, pero tú pagas. Habrá un contrato de sangre.
– Lo sabemos.
Artax bebió de la taza de barro que humeaba ante él, estudiando desapasionadamente a su cliente.
– ¿Qué tiene de especial esa luna vuestra?
– Estará en su perigeo. La luna más cercana a la tierra en largos años.
– Eso es un dato científico. ¿Qué tiene de especial?
– Somos hijas de la Luna. Que se acerque ya es especial.
El chico sonrió. La muchacha era esquiva y decidida. Decidió dejarlo estar. Le pagarían lo mismo conociera los motivos del cliente o no.
– ¿Cuándo tendrás concluido el trabajo?
– Antes de tu perigeo lunar. No te preocupes.
– Deberá ser al menos una semana antes. Tenemos muchos preparativos. ¿No puedes ser más concreto?
– No.
La muchacha frunció el ceño y al entrecerrar los ojos una oscuridad inhumana los coloreó, dejando sólo dos puntos brillantes, como dos lunas llenas, donde debían estar sus iris. Parpadeó y la ilusión desapareció, pero Artax ya la había visto. Sonrió con malicia.
– El trabajo estará hecho en tiempo y forma… ¿Quieres unas alimañas? Las he encontrado por esta zona, igual se os han escapado de algún rito.
– No me interesan. – la muchacha se levantó, haciendo tintinear los cascabeles y adornos de sus brazos y pelo – Tu estancia corre por nuestra cuenta, como un extra por tus servicios. El pago se hará cuando nos traigas las cenizas del chupasangre.
Artax asintió. No se levantó para acompañar a la muchacha. Se arrebujó en el mullido sillón y sacó el contrato de papel rúnico para revisar los pormenores. Una sensación incómoda le hizo mirar por encima del documento. En el sillón había alguien, pero no era ya la joven de ojos negros.
– ¿Tú eres Artax?
– Así es.
– He oído que has tenido un pequeño altercado al llegar.
– Nada importante.
– Te agradezco la intervención.
El muchacho clavó sus ojos grises y profundos en el desconocido, no sin sorpresa. Era un tipo bastante insulso, vestido de negro, con vaqueros y chaqueta de cuero fina. Sus rasgos eran tan absolutamente normales que al apartar la vista apenas recordabas nada de él, sonrió al advertir el hechizo, no era capaz de retener ninguna información de él.
– ¿Y tú eres?
– Mi nombre es Arabael.
– ¿Y qué relación tienes con el neófito?
– Una vinculante, me temo. Yo le abrí los ojos.
– Uffff.
Artax respondió solo con una mueca indulgente, ladeando levemente la cabeza mientras suspiraba. Arabael asintió con la cabeza.
– ¿Va a ser iniciado?
– Es posible. Primero debe ser probado.
Artax trató de rememorar la escena. Recordaba con absoluta nitidez la mirada del neófito cuando había vuelto a por él tras inspeccionar la casa, por lo demás, era un joven enclenque y lleno de heridas al que habría sido un engorro tener que atender. Suerte que los gatos habían aparecido en su auxilio.
– Sí, Hugin y Munin. Son buenos tipos, aunque han sido algo descuidados… ha sido un placer.
El hombre se levantó e hizo amago de irse, mientras Artax reaccionaba al hecho de que le había leído la mente. No le gustaba que nadie hiciera eso.
– Eh, Arabael.
– ¿Sí?
– No vuelvas a hacerlo.
Arabael le escrutó un instante y después sonrió, asintiendo, con esa cara insípida que no dejaba recuerdo. Pero Artax sentía en la piel una presencia mucho más llamativa detrás de aquella imagen diseñada para el olvido. No le había satisfecho tanto como a él el encuentro.

LAURA E IENE

– Bueno, ¿cómo ha ido? ¿Tenemos asesino?
– Eso parece – Laura terminó de recoger las tazas y platos absorta en pensamientos que no parecían agradables. Su hermana se interpuso, con la sonrisa ingenua y animada de siempre en su cara triangular y bonita.
– ¿Cómo es?
– Un engreído. Más le vale hacer lo que dicen que puede hacer.
Iene rompió a reír, divertida.
– ¡Uala! ¿Qué te ha hecho?
– Mirarme a los ojos y verme. No ha dado plazos, dice que lo tendrá hecho “en tiempo y forma”, como si eso sirviera de mucho.
Iene abrió mucho los ojos, llevándose las manos a la boca como queriendo tapar una risa que no se molestaba en ocultar. El tono burlón de su hermana cuando imitaba al asesino revelaba que le había causado sensación. Tenía que haberla acompañado a la reunión.
– ¿Tan guapo era?
– ¡Iene!
– ¿Qué? Estás molesta. Solo te molestan los tíos cuando son guapos. Al resto los desprecias sin más, dime ¿cómo era?
– Pues nada guapo, en realidad. Además tiene la cara cortada y eso…
– ¡Eso da morbo!
– Eres una enferma.
– ¿Rubio? ¿Moreno?… ¿Pelirrojo?
– ¿Qué más te da?
– Bueno, si le veo quiero saber quien es.
– Si le ves le reconocerás por sus maneras de “aquí estoy yo, temblad ante mi presencia”.
La joven no paraba de reír, sentada de un brinco sobre el mostrador de la cafetería mientras su hermana refunfuñaba sobre el individuo.

 

ARTAX

 

Cogió el metro casi por pura nostalgia. Recordaba aquellos pasillos cuando eran lúgubres y forrados de pequeños baldosines, cada estación con su propia personalidad. Ahora todo en el subsuelo era luz, sonido y gente, gente por todas partes.

Artax caminaba sin prisa y sin poder evitar una expresión alegre en su rostro. Siempre le había gustado la vida urbanita. Su retiro al campo, primero tras los pasos de su maestro y después por propia voluntad de cambio había durado demasiado. Le había satisfecho recibir aquel encargo y ahora se sentía pletórico, pudiendo cazar de nuevo en sus dominios.

Observaba a la gente a su alrededor, estudiando las modas y nuevos estilos de jóvenes y no tan jóvenes. En un trayecto corto del tren que va a Villaverde, escuchó una melodía triste y se sintió estúpidamente reconfortado, como en casa. El violinista recorría los vagones sin prisa, como parte de una jornada laboral como otra cualquiera, pero Artax podía ver en su mirada perdida que ni siquiera estaba allí. Transportado por la música, el tipo podía estar en cualquier parte. Le fascinaban los músicos, incluso los humanos.

Recorrió algunas callejuelas del casco antiguo de la ciudad antes de dirigirse al barrio concreto donde le habían encargado buscar a su presa. Madrid era una ciudad compleja, con capas y capas de realidades convergiendo y millones de historias que se cruzaban y viajaban paralelas, la mayoría sin tocarse jamás entre sí. Adoraba la afluencia cosmopolita y variopinta del centro, los viejos comercios, la iluminación de las farolas, los mimos callejeros, los turistas, los paisanos estresados camino de trabajos insulsos, los grupos de jóvenes extasiados descubriendo la tardenoche y ese suma y sigue incesante de vidas y vidas amontonadas… y como en un mundo paralelo a todo aquello, o en sus propios submundos, para ser más exactos, la otra cara de la ciudad, la cara invisible, la cara protegida por el filtro de percepción que las brujas llamaban glamour y los hijos de la noche ceguera mundana. En ciudades como aquella, más que en cualquier otra parte, pertenecer o no a aquel otro mundo era un privilegio de gran valor.

 

MARLAN

 

Despertó entumecido y realmente confuso, tumbado desnudo en la colchoneta de yoga de su hermana. No recordaba cómo había llegado allí y al frotarse los ojos sintió tirante la piel de cara y brazos y se sobresaltó. Estaba lleno de heridas, curadas todas ellas, pero tenía todo el cuerpo cubierto de marcas y líneas rojas, algunas más gruesas que otras. Corrió hasta el baño y retrocedió al pincharse los pies con los fragmentos de azulejo y ladrillo esparcidos por el suelo. Le ardían los pies y los tenía enrojecidos.

Trajo una escoba y un recogedor y apartó cuanto pudo para llegar al inodoro y dejarse caer en él, exhausto. Su ducha estaba llena de cascotes y azulejos rotos, la ventana abierta y el suelo empapado. Aquello era un verdadero desastre.

Entonces recordó al muchacho cazador de demonios y a los gatos parlantes y el baño destrozado se convirtió en un escenario de fondo, sin importancia. Quizá la magia pudiera recolocarlo todo, como en las películas… aunque aquello era el mundo real y llegado el momento tendría que explicarlo y pagarlo todo… descartó aquellas ideas. Se contempló en el espejo y casi sonrió al verse tan demacrado. Le daba un aspecto heroico, como si volviera victorioso de una batalla.

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