JUEVES

 19:45 – Despacho de Marilia. Matriz principal de la Sildhala. Madrid

En el despacho había otras personas, tomando fotos y buscando huellas y pistas de lo sucedido, pero él no vio a ninguna. Sus ojos se posaron incrédulos sobre el cadáver de su esposa, apoyado sobre la mesa como si se hubiera quedado dormida leyendo, sobre un charco de sangre.

No escuchó la voz de su compañero, ni las indicaciones de los otros. Solo podía chequear con ojo clínico la postura, la dirección y extensión de las salpicaduras de sangre, el recuadro limpio casi bajo su cabeza, como si hubieran retirado un objeto rectangular después de exanguinarla sin piedad.

El rostro de Marilia estaba vuelto hacia la mesa, pero podía imaginar su expresión de sorpresa. Si el corte había sido limpio apenas habría sentido escapar la vida a borbotones… esperaba que hubiera sido un corte limpio. Casi indoloro.

Se imaginó a su mujer bromeando con todo aquel análisis desordenado y después recordó que no habían bromeado en su última conversación. No precisamente. Y sintió como un mazazo en el pecho la afirmación de que no volverían a bromear.

Se movió ligeramente cuando alguien pasó por su lado, rozándole. O quizá le habían zarandeado. Pero no podía apartar los ojos de ella. En su mente había un silencio sepulcral, aplastante, que dejaba tras una niebla difusa el resto de conversaciones de la habitación.

Solo la melodía del móvil, con el tono característico de las llamadas de Luna, le hizo reaccionar como un autómata, descolgó y respondió con voz neutra.

  • Hola, tesoro, ¿qué tal va el viaje?

La voz al otro lado del auricular sonaba alegre, entusiasmada por los planes de la última noche en aquella excursión de fin de curso tan deseada. Los ojos de Javier Souza seguían fijos en el cadáver ensangrentado de su esposa, pero su voz sonaba como la de otro.

  • Me alegro, cariño. Aprovecha la última noche, pero sin locuras… sí, mándame los datos del vuelo y os recojo a las dos, claro… pásalo muy bien. Te queremos, tesoro.

Cortó la llamada y deslizó el móvil en el bolsillo de su chaqueta, aún en trance. A su lado, Petrus Kumru, presenciaba ojiplático la escena.

  • Luna tiene derecho a saberlo…

Souza negó con la cabeza. Las palabras aceleradas y alegres de su hija rebotaban en su cerebro, eclipsando como un analgésico entumecedor el dolor paralizante que casi le impedía respirar. Su mente voló a Venecia, imaginándola con su grupo de amigas, riendo y disfrutando del viaje. No podía destruir eso con una noticia tan atroz. La niña no podía hacer nada por cambiar las cosas y le arruinaría la última noche de su viaje; la última noche de su vida en que las cosas estaban como debían estar. A partir del día siguiente todo cambiaría para los dos y la sensación de vacío le revolvió el estómago y le aflojó las piernas. Petrus le sostuvo y le acercó a una silla. El hombre se dejó llevar, sin apartar la mirada de su esposa. Su compañero siguió hablando, pero la información no caló en su mente hasta que otro hombre entró en la habitación e insistió en que salieran de allí. Solo entonces Souza volvió en sí, tragó saliva con dificultad y se volvió hacia Petrus.

  • Se han llevado el libro.
  • ¿El libro?
  • El libro verde. El libro en el que estaba trabajando Marilia.
  • ¿Era un libro de sangre?

Souza asintió distraído y después frunció el ceño y volvió a la conversación.

  • No estábamos seguros. No, en principio no. Ni de sangre, ni de eras… no era un limap (*libro mágico peligroso).
  • ¿Qué contenía?

La voz del encargado del caso cayó sobre él como un jarro de agua fría. Su mente analítica le recordó que sí importaba el contenido del libro y a regañadientes se obligó a apartar los pensamientos más privados y rotundos que se sucedían en su mente y a recordar el trabajo que llevaba a cabo Marilia… cuando la mataron. Porque alguien había matado a su esposa. Aquella gente estaba allí para ayudar, no para molestarle.

  • Genealogías y referencias históricas… 
  • ¿Sobre qué clan?
  • No estaba claro… hay notas de esa investigación. Puedo reunirlas…
  • ¿Pueden haberla matado por ese libro?

Souza luchaba por ordenar los pensamientos y aportar respuestas útiles para el caso, pero las palabras salían arrastras de sus labios y su velocidad de reacción parecía incomodar al investigador. Un atisbo de furia le hizo levantar la mirada burlón y responder con sequedad.

  • Eso parece, ¿no?

Fue Petrus quien intervino, apartando al encargado y tirando de Souza fuera de la habitación. Se disculpó con el equipo y convenció a su todavía turbio amigo para abandonar el despacho.

  • No he podido despedirme…
  • Tranquilo, luego volvemos. Vamos a darnos un paseo, a tomar un poco el aire y dejemos que terminen de procesar el despacho. Les diré que no la muevan…

Petrus Kumru condujo al autómata hasta uno de los claustros del edificio y lo sentó en un banco. La tarde era clara y aún refrescaba, a pesar de las temperaturas tan elevadas del día.

Hacía ya muchos años que trabajaban juntos y nunca lo había visto en ese estado de shock tan evidente. Esperaba que el hombre rompiera a llorar o expresara de alguna forma su dolor, pero Souza tan solo parecía ensimismado. Eso era lo más desconcertante. Aquella falta de reacción hacía difícil encontrar palabras de consuelo.

Souza exhaló un largo suspiro y se volvió hacia su amigo, sentado junto a él en el banco.

  • Mañana a medio día tengo que recoger a Luna en el aeropuerto. El forense ya habrá acabado con Marilia y la llevaré a ver a su madre. No tenemos familia a la que llevar cenizas ni restos varios, así que se puede quedar en la cripta, como corresponde a su rango. 
  • No pienses en eso ahora, Souza…
  • No queda otra, amigo. Tengo que ver qué contarle a Luna de todo esto…
  • Podría ser un buen momento para iniciarla…

La mirada de Souza fulminó a su compañero. Por vez primera reflejaba una emoción: ira.

  • Eso no va a pasar.

Petrus decidió no insistir. En vista de que ya parecía de vuelta al mundo, lo condujo de nuevo al despacho.

Su segunda entrada en el lugar del crimen fue aséptica y profesional. Respondió de forma fría pero cordial a todas las preguntas que le hicieron y agradeció cortésmente que le dejaran a solas un par de minutos con el cuerpo, para sacar sus propias conclusiones y despedirse de ella.

Al fin y al cabo, no era una escena policial al uso, no habría juez que levantara el cadáver, no habría un expediente relacionado con aquel caso en ninguna comisaría, ni sería la justicia humana la que procesara las pruebas y buscara al culpable. Era un asunto interno de la Sildhala y él un Investigador de la Biblioteca.

No hizo falta tirar de galones para que le permitieran enderezarla y contemplar de cerca su rostro, tan amado, cubierto de sangre.

 

 

VIERNES

  • Por supuesto que voy a participar en la investigación, Ionut. O participo en la oficial, o llevo a cabo la mía propia, pero si hay alguien que quiera y pueda esclarecer quién y por qué han asesinado a Marilia, creéme que soy yo.
  • Estás vinculado emocionalmente al caso, Souza…
  • ¿En serio me vas a venir con esas? ¿Te crees comisario de un distrito cualquiera del mundo de fuera? Esto es la Sildhala, no un organismo gubernamental que tenga que regirse por las cortesías legales del mundo humano.

Ionut levantó los brazos, rindiéndose.

  • ¿Y si lo que encuentras te pone en peligro a ti también? Piensa en Luna.
  • ¿Que piense en Luna? ¿En quién crees que pienso queriendo resolver esto?
  • Está bien… pero hazte un favor a ti mismo. No lleves el caso tú. Deja que lo siga llevando López, es buen investigador y ya ha empezado con el papeleo. Le diré que te tenga al día y tú haz lo propio…

Souza recogió su abrigo y salió del despacho con paso enérgico. Cuando llegó al coche, Petrus estaba colgando el teléfono. Le esperaba apoyado en su propio vehículo, indicándole con mueca evidente que se acercara.

  • ¿Vas a hacer de niñera?
  • ¿Te parece mal?
  • No voy a estamparme de camino al aeropuerto, Petrus, tengo demasiadas cosas que hacer.
  • Tómame como tu secretaria particular por unos días.
  • ¿No lo eras ya?

La mueca sarcástica de Petrus le hizo sonreír ligeramente. No tenía ganas de discutir. Se metió en el coche de su compañero y se puso a buscar los datos del vuelo en el teléfono móvil.

  • ¿Has pensado cómo decírselo a Luna?
  • Primero hay que dejar en su casa a una compañera… después hablaré con ella.
  • Como quieras…
  • Llevo toda la noche dando vueltas a cómo decírselo.
  • Llevas toda la noche investigando en el despacho de Marilia, ¿te has vuelto mujer, que puedes hacer varias tareas a la vez?

Petrus trataba de mantener su habitual humor, pero ante la mirada despectiva de su amigo puso una mueca burlona y volvió a la seriedad.

  • ¿Vas a hablarle de La Orden?
  • No lo sé…
  • ¿Y qué vas a decirle? A mamá la han degollado, pero tranquila, es lo que pasa siempre en las bibliotecas, no te hagas preguntas raras al respecto…
  • Obviamente no.
  • Querrá saber y tendrás que explicarle la naturaleza de nuestra investigación.

Souza respondió con un gruñido.

 

 

Luna y su amiga saludaron efusivamente y no pararon de relatar cosas, emocionadas. El viaje había contado con todos los elementos propios de una fantástica aventura escolar: con fallos de organización, chismorreos, romances fugaces, espectáculos inolvidables y demás. Su frescura juvenil hizo sonreír a los dos hombres, que interactuaron con las niñas como si todo estuviera en orden.

Solo cuando la amiga se bajó del coche y enfilaron camino de casa, Luna se adelantó entre los asientos para preguntar, muy seria.

  • ¿Qué pasa, Papá?

Petrus miró de reojo a su compañero que emitió un largo suspiro mientras pensaba a toda velocidad cómo responder a esa pregunta. Su hija era demasiado intuitiva como para no advertir que algo fallaba.

  • Es largo de contar, tesoro…

Luna estudió a los dos hombres. Parecían compartir algún siniestro secreto. El tío Petrus miraba fijamente a la carretera, evitando dar ninguna respuesta y su padre miraba por la ventanilla, apoyado en el borde del dedo índice, como solía cuando estaba enfrascado en profundos pensamientos.

  • Entonces mejor pizza, si va a ser un buen sermón, se pasa mejor con pizza.
  • Claro, cariño. Petrus… ¿nos dejas en la pizzería del parque?

Luna frunció el ceño. Demasiado rápido había accedido su padre. Justo antes de bajarse del coche, Petrus la cogió la mano, reteniéndola un instante para despedirse.

  • Cuida de tu padre, Lunita. Va a necesitarlo…

Con aquellas palabras tan lóbregas, su tío les dejó en el parque, a pocos metros de su pizzería favorita. Su padre caminaba con aire ausente y se detuvo junto a un banco, antes de continuar hasta el restaurante.

  • Siéntate, cariño.

Intrigada, la joven obedeció sin rechistar. ¿Qué era aquello tan siniestro que tenía su padre que contarla? ¿Un despido? ¿Una enfermedad repentina? ¿Alguna desgracia mundial que le impidiera pasar el verano en la playa?

  • Mamá ha muerto, Luna.

La muchacha abrió los ojos de forma inconsciente. Y prestó toda su atención a su padre, convencida de no haber oído bien.

  • ¿Estás de coña?
  • No, cariño. Mamá ha muerto. Anoche, en su trabajo…
  • ¿Estás seguro?
  • Me temo que sí, tesoro…

Prueba de ello fue que se sentó en el banco junto a ella, atrayéndola hacia su pecho protector. Pero había muchas preguntas como para solo acurrucarse a llorar en los brazos de su padre, le apartó confusa y enfrentó su mirada castaña e impetuosa en los ojos verdes y tristes de su padre.

  • ¿Cómo ha muerto? ¿De qué? ¿Tenía alguna enfermedad? Llevo sin hablar con ella… toda la semana. Ni siquiera recuerdo qué fue lo último que la dije… si es una broma no tiene gracia, papá…
  • No es una broma, tesoro. Esta tarde podremos despedirnos de ella… ahora quiero que sepas que, pase lo que pase, vas a poder contar conmigo siempre.
  • Lo sé, papá… y tú conmigo, ¿lo sabes también?…

Souza contempló con orgullo el rostro firme y determinado de su hija. Era evidente que aún no había procesado la pérdida. Demasiado entera. Demasiado madura para su edad.

  • … ahora nos toca cuidarnos el uno al otro. Eso sabemos hacerlo.

Parecía que fuera ella la que fuera a consolarlo a él, la que fuera a sostener el peso de la familia a partir de entonces. No fue hasta que realmente vio el cadáver de su madre, ya lavado y preparado para el funeral, que la idea de su pérdida caló realmente.

 

 

 

SÁBADO

Encontró a su padre en el despacho del piso superior, como cada día que no tenía turno de trabajo y continuaba trasteando en casa con los papeles y libros con los que investigaba.

El despacho ocupaba toda la buhardilla de la casa y tenía dos mesas enfrentadas en ángulo. Sus padres solían trabajar allí juntos los fines de semana que coincidían librando.

Marilia trabajaba de lunes a viernes en un despacho de su centro de trabajo y Souza en el mismo edificio, pero con turnos rotativos de mañana, tarde y noche. Habían acordado aquel horario para compatibilizar mejor el cuidado de su hija, muchos años atrás y para la niña era perfectamente normal que aún en casa siguieran trabajando en sus cosas.

Nunca le habían interesado las profesiones de sus padres. Ella era bibliotecaria y él investigador privado, para la misma compañía, cuyo nombre ni siquiera había retenido nunca.

Pero ahora, su madre había muerto en su puesto de trabajo y aunque había recibido respuestas vagas, sobre si no estaba claro el motivo de su muerte, era evidente que no había sido una muerte natural.

La tarde anterior habían celebrado una extraña ceremonia en un vetusto edificio con aires eclesiásticos y centenarios, pero reformado de una forma muy vanguardista y laica y la joven había descubierto muchas cosas inquietantes.

Luna nunca había prestado especial atención al edificio donde trabajaban sus padres, ni a su emplazamiento, ni a su contenido. Era el trabajo de sus padres y no tenía más interés, pero cuando los muchos compañeros que habían acudido a presentar sus respetos la dejaron a solas con el féretro abierto, Luna se sentó en el borde que sobresalía del extraño altar y contempló su alrededor con ojos nuevos.

  • Así que este era tu mundo… es curioso que nunca hayamos hablado más de él, con todo el tiempo que te ocupaba. Incluso en casa, pasabas más horas en tu despacho que con papá y conmigo. Tenías muchos amigos aquí, ya lo he visto. Todos me dicen que me parezco a ti, que podría llegar donde tú has llegado… y lo dicen como si fueras una eminencia. ¿Eras algún tipo de una eminencia, Mamá? Y yo que creía que eras bibliotecaria… Como la de la biblioteca del barrio, como los de la biblioteca nacional… pero lo cierto es que todo es un poco raro aquí… Papá está especialmente nervioso y protector. No quiere que me acerque mucho a la gente, como si tuvieran algo contagioso. ¿Sois una especie de tapadera de la CÍA o algo así? ¿Guardáis en los sótanos experimentos de Umbrella? ¿Hay espías al otro lado de la pared en algún centro secreto del gobierno?

Luna se encaramó al féretro, contemplando el cuerpo sin vida de su madre. Parecía dormida. La habían vestido con uno de sus jerseys de cuello vuelto, con las manos cruzadas sobre el pecho y una expresión apacible. Parecía que en cualquier momento fuera a despertarse para darla un susto. Se quedó un rato así apoyada, contemplando el rostro exánime de su madre.

No se planteó si era habitual en los funerales poder tocar el cuerpo. Si era habitual que la dejaran sola tanto rato, mientras al otro lado de las puertas varias voces parecían discutir.

Su padre la sacó de su ensoñación y de su silenciosa conversación con su madre, atravesando la sala con paso rápido.

Cerraron el féretro y cuatro hombres encapuchados con largas levitas negras lo alzaron en volandas y se lo llevaron. Solo Luna y su padre los siguieron, a través de corredores y pasillos que parecían demasiado espaciosos y profundos como para ser albergados en el humilde edificio donde estaba la biblioteca.

La sorprendió aún más salir a una especie de pozo circular por el que descendieron tres o cuatro pisos por una rampa perimetral. Luna miraba hacia el centro del pozo, iluminado por la luz del sol, preguntándose si los habían teletransportado a Portugal, a la Quinta de la Regaleira que justo el año anterior había visitado con sus padres.

Su padre sonrió de medio lado, apretándola la mano para evitar que se distrajera y continuaron en silencio hasta la cripta en la que reposaría el cuerpo de su madre dentro de un sarcófago de piedra en el que, según le explicó su padre, esculpirían una talla con su figura, como en las tumbas de alrededor.

Luna observó su alrededor, atónita.

Su padre dijo algo sobre la morada final de los bibliotecarios y de que, por la noche, sería honrada por sus colegas, pero para Luna no tenía sentido nada de aquello.

Esa noche se preguntó si había soñado todo aquel disparate o si su madre realmente estaba enterrada en una cripta subterránea a la que se accedía por un pozo secreto.

Seguía confusa cuando llegó junto a su padre, que escribía absorto en uno de sus diarios, desgreñado y en pijama.

  • ¿Has desayunado, Papá?

Souza alzó la vista, sonriendo a su hija.

  • No, tesoro. Esperaba poder desayunar con mi niña bonita.

Luna sonrió de medio lado, y le dio un beso en la mejilla, echando un vistazo a las notas con las que trabajaba. Nunca se había interesado en su profesión. Pero la tarde anterior había descubierto que el trabajo de sus padres no se parecía a como creía que eran los trabajos de la gente normal.

Descubrió entre las notas un esbozo de lo que parecía un escritorio, con una lámpara, pilas de papeles o libros y objetos pequeños anotados con rayas y pequeños bocadillos. No tardaría en entender que aquello era un croquis del despacho de su madre y de la escena en la que la habían encontrado, pero aún debía hilar muchas cosas en su cabeza, para siquiera sospechar la investigación que llevaba a cabo su padre.

 

 

Tras el desayuno, su padre recibió una llamada que le tensó bastante. No quería dejarla sola y no quería que fuera con él a su centro de trabajo, pero debía acudir a una cita ineludible y estuvo un rato dando vueltas a cómo proceder. Luna, consciente de su lucha, resolvió la situación, asegurándole que prefería quedarse en casa y que su amiga Susana, que había perdido a su madre por un cáncer el verano anterior, la acompañara en aquellos momentos tan duros. Juntas se entenderían y podía ayudarla a superar la pena. La madurez de la joven seguía admirándole cuando, agradecido, se despidió de ella en la puerta de casa y emprendió con desgana el camino a su trabajo.

Luna aseguró que su amiga llegaría enseguida, como horas después aseguraría que se había marchado poco antes de la llegada de su padre y él, necesitado del alivio que aquello suponía, se dejó engañar para poder hacer frente a la investigación que tenía entre manos.

Pero en cuanto se hubo marchado, Luna volvió al despacho de sus padres.

No cerraban nunca la puerta porque la niña no tenía ningún interés en subir allí.

Mamá siempre decía que no había que cerrar las puertas porque no había secretos en la familia, pero Luna empezaba a sospechar que aquello no era cierto. Sus sospechas se vieron confirmadas en cuanto empezó a husmear entre los libros y descubrió, por vez primera, que no eran simples libros de cuentas ni de historia al uso…

 

El despacho en la buhardilla

Luna recorrió de un vistazo los libros y las mesas del despacho, antes de sentarse en la silla de su madre.

Muchas veces se había sentado allí, con sus deberes del colegio, con pinturas y papeles, mientras Papá trabajaba y esperaban los dos a que llegara su madre… y sin embargo, nunca había visto aquel escritorio. Había pasado su vista por encima mil veces, sin fijarse nunca en nada.

Por primera vez observó que había notas en lenguajes que no podía descifrar. Signos en las tapas de los libros que no entendía y objetos que había tomado por simples souvenirs de sus viajes, que parecían tener algún otro significado.

 

En las bandejas de rejilla metálica en las que su madre organizaba las tareas pendientes había papeles y cuadernos, perfectamente colocados y ordenados. Cogió el contenido de una de ellas y empezó a ojearlo. La letra pulcra y estilizada de su madre llenaba páginas y páginas de textos y esquemas. Había un dibujo de un árbol con muchas ramas que se unían a palabras rocambolescas y signos asociados a cada uno de ellos. Le llamó  la atención una nota entre paréntesis que decía «¿Hadas o cambiantes? Enviar agentes» y su curiosidad se disparó exponencialmente.

En otra de las bandejas, dentro de una carpetilla con un símbolo parecido a una interrogación inacabada, encontró más árboles genealógicos, con fotos en blanco y negro de algunas personas. Se detuvo fascinada ante la fotografía de un hombre llamado Balder Rochavella y sonrió ante la anotación que indicaba como cualidades contrastadas «encanto feérico».

Llegó a la conclusión, con el valioso contenido de aquella fracción de estudio genealógico, de que su madre estudiaba familias de hadas. Lo cual no tenía ningún sentido, pero le parecía una cosa fascinante.

En otra de las bandejas había más carpetillas, con distintos símbolos desconocidos, y todas ellas tenían listados, fotografías y esquemas de familias. Sus ojos devoraron palabras como licántropo, duende, cambiante, mago, vampiro o longevo, preguntándose si tal vez su madre estaba reuniendo un archivo de libros de fantasía para algún escritor o guionista necesitado de inspiración.

El concepto de «aburrida bibliotecaria» se tambaleaba a medida que advertía notas al azar que parecían señalar la convicción de su madre sobre la existencia de todas aquellas criaturas.

El ambiente del funeral y la cripta donde la habían enterrado, tenían un cierto aire sobrenatural, de eso no cabía duda, pero de ahí a creer en criaturas fantásticas había un abismo, pero ¿por qué si no iba su madre a dedicar tantas horas y tanto esfuerzo a escribir páginas y páginas al respecto?

¿Qué clase de bibliotecaria era su madre?

Volvió a colocar las carpetillas como estaban y tomó asiento en la silla de su padre. Si trabajaban juntos, él tendría que saber algo de toda aquella locura.

Su padre era mucho más críptico en sus anotaciones. Usaba siglas y frases sin sentido, pero también empleaba aquellos símbolos extraños.

Encontró una libreta llena de postales, tickets y páginas dobladas entre las hojas, en la que había bocetados algunos planos de ciudades y caminos. Allí también había símbolos como los de las carpetillas de su madre. ¿Qué idioma era ese?

En los cajones de su padre había muchas otras cosas interesantes: cuchillos ceremoniales, piedras encapsuladas en sus propias vitrinas diminutas, un muestrario de hierbas en pequeños frascos de cristal tapados con corchos -algunos de los cuales lucían sellos de lacre-… todas aquellas cosas parecían dignas de exposición, pero su padre las guardaba en cajones, como si quisiera ocultarlas de la vista.

Luna se dejó caer en la mullida silla giratoria, consciente de que nunca había prestado atención a nada de lo que tuviera que ver con el trabajo de sus padres y que de pronto le parecía de lo más interesante.

 

Escuchó el motor del coche en el exterior y se apresuró a cerrar todos los cajones y recolocar todo como estaba. Bajó corriendo las escaleras y esperó a su padre en la cocina, sin saber muy bien por qué no quería, todavía, preguntar por nada de aquello. Resultaba mucho más excitante y divertido investigar por su propia cuenta.

Su padre entró disculpándose por haberlas dejado solas tanto rato y se sorprendió de no ver a la amiga de su hija. Luna le explicó que había tenido que irse por una comida familiar y él lamentó no haberla acercado a casa.

  • ¿Has resuelto lo que fuera que tenías que resolver del curro?
  • No todavía. Pero espero que me dejen tranquilo un par de días. Sé que no va a devolvérnosla el que yo me quede aquí este finde, pero preferiría pasar estos días contigo, organizar las cosas en casa y estar juntos. Siento de veras haber tenido que salir…
  • No te preocupes, Papá. Me ha venido bien también…

Una idea pasó por la mente de Luna.

  • Oye, Papá… ¿en qué trabajaba Mamá exactamente?

Aquel «exactamente» puso los pelos de punta a Souza. Luna rápidamente corrigió el temerario lanzamiento.

  • Susi me ha preguntado por el curro de Mamá y yo le he dicho lo de siempre, que era bibliotecaria y que pasaba muchas horas metida en un archivo y tal. Pero con lo de que había muerto en su despacho, me ha dicho que los bibliotecarios no tienen despacho propio, que trabajan detrás de un mostrador…
  • Eso es una generalización un poco falaz, ¿no te parece? Es como decir que todos los policías comen donuts o que todos los médicos trabajan en hospitales…
  • Ya, pero me ha hecho darme cuenta de que, en realidad, no tengo nada claro a qué se dedicaba Mamá… o tú, ya puestos. Sé que eres investigador, pero ¿qué investigas?

Souza se rascó la cabeza, disimulando la inquietud que le producía, no la pregunta en sí, sino el hecho de que se la hubiera hecho. Había una serie de llaves mágicas y conductuales preparadas en la casa, en la ropa, incluso en los perfumes y jabones que utilizaba la familia, que impedían a cualquiera no iniciado sentir la más mínima curiosidad por sus actividades.

Feromonas, señales repetitivas, incluso algún encantamiento, habían mantenido a salvo su pertenencia a la Sildhala y la naturaleza de la misma, incluso cuando Mariela o él mismo llevaban a la niña a su despacho, siendo más pequeña. Ni sus escasas relaciones sociales fuera de la Sildhala, ni Luna en todos sus años, habían tenido curiosidad ni una sola vez en las actividades concretas… quizá el impacto del asesinato de Mariela había roto alguno de esos cierres. Quizá Petrus tenía razón y tarde o temprano tendría que contarle algunas cosas… pero ahora, con toda la vorágine en la que se encontraba, no se sentía con fuerzas para decidir algo tan relevante.

  • Investigo lo que me encargan, tesoro. Soy un mandao…
  • ¿Y ahora qué estás investigando?

Iba a contar alguna patraña, desviar el tema con los encargos menores que había aparcado, pero suspiró profundamente y respondió.

  • La muerte de tu madre, Luna.

 

 

  • ¿No debería ocuparse de eso la policía?

Javier Souza chasqueó la lengua con fastidio.

  • La organización para la que trabajamos es muy hermética, Luna. Los cauces de investigación internos son mucho más fluidos y la tónica general es no… dejar que trasciendan los problemas internos a las organizaciones externas.
  • Pero Papá, todos creéis que no ha sido una muerte natural… creéis que alguien ha matado a Mamá. Deliberadamente. Eso debería investigarlo la policía…
  • Tesoro… yo soy la policía. Dentro de la organización, yo me encargo de los trabajos de investigación y de resolver misterios.
  • Sí, pero dentro de la empresa. Para cosas internas. No para resolver asesinatos… ¿no?

Era un terreno delicado. No quería mentir a su hija. No más. Pero tampoco quería que la idea de la Sildhala la sedujera hasta el punto de querer formar parte de todo eso… conocía el poder de atracción que podía tener para un humano corriente descubrir todo el mundo que rodeaba a La Biblioteca. Si tan solo las barreras hubieran resistido un poco más, hasta que concluyera su búsqueda del asesino de Mariela…

  • Bueno, nadie mejor que quien mejor la conocía para descubrir qué la pasó, ¿no crees?
  • ¿Cómo murió Mamá? Parecía tan tranquila, dormida en el ataúd…

La imagen de su esposa sobre el escritorio, empapada en su propia sangre atravesó la mente de Souza.

  • Sin dolor. Creo. Eso es lo importante.

Luna quería saber más, pero las evasivas de su padre reflejaban amargura, más allá del simple deseo de querer mantener sus secretos, y la joven consideró que quizá era muy pronto para rascar aquella herida.

Tarde o temprano tendría que contarle todo. Pero no todavía. No era el momento. La niña había aceptado con inusitada templanza la muerte de Marilia, pero él no se sentía capaz de hacer frente a la vida sin ella, con la inquietante presencia de un asesino en la Sildhala, cuya actividad se había comprometido a descubrir y detener, mientras la curiosidad adolescente de Luna le distraía de su cometido.

Su hija debió advertir su estupor. Le dio un beso en la mejilla y se levantó para preparar la comida.

  • Espero que lo resuelvas pronto, papá.

Parecía tan entera, tan… normal. Daba la impresión de que en cualquier momento Marilia fuera a aparecer a terminar de cocinar con su hija. No era una imagen inusual del fin de semana, pero por más que esperó y vigiló la puerta de la cocina con ojos anhelantes, solo la vivaz jovencita salió de allí con una bandeja llena de cosas al cabo de pocos minutos.

  • Qué veloz.
  • Tiene poco mérito. Es la lasaña del jueves… la hizo mamá.

La voz de Luna se apagó de pronto, como si acabara de darse cuenta de que aquella comida sería la última que probara preparada por su madre. Se quedó mirando fijamente la fuente de cristal y después, con aire ausente, sirvió lo que quedaba de la exquisita lasaña en los dos platos.

Souza quería consolarla, decirle cualquier cosa, pero comieron en silencio, conscientes ambos del aplastante vacío de la tercera silla. El hombre tan solo pudo coger la mano de su hija, asintiendo en silencio. Ninguno de los dos había llorado aún lo suficiente y, probablemente, ninguno de los dos lo haría aún. Los Souza eran duros, incluso en la intimidad del hogar.

Por su parte, Luna observaba con preocupación a su padre. Parecía desvalido y frágil tras su máscara de hombre entero. Temía que cualquier alusión a su madre terminara de romperle, así que se abstuvo de comentar nada más, a la espera de que la angustia fuera remitiendo.

 

Aquella tarde Souza propuso a su hija alguna actividad compartida, pero la joven insistió en que no se desviara de su investigación.

  • Para resolver un asesinato, las primeras horas son cruciales. Lo he visto en CSI. Así que haz lo que tengas que hacer para encontrar al que nos ha hecho esto y, cuando lo hayas hecho, ya veremos cualquier película o haremos cualquier plan.

Esa era su hija. Dura, terca y dolorosamente intuitiva. Llevarle la contraria con respecto a si Mariela había sido asesina o no sería insultar su astuta inteligencia, así que no pudo sino agradecer el gesto y corrió a encerrarse en la analgésica ocupación de investigar los hechos, para así no llevar la cuenta atrás de las horas que quedaban para volver a enfrentarse al lecho conyugal vacío.

 

Luna dudaba si acompañarle en el despacho o no y finalmente decidió investigar por su cuenta. No tenía forma de descubrir nada sobre lo sucedido sin entender primero las extrañas anotaciones de su madre, así que encendió su ordenador y se dispuso a averiguar algo más de la empresa a la que pertenecían sus padres: La Sildhala.

 

LA SILDHALA

Esperaba que la búsqueda le devolviera la típica web corporativa de cualquier empresa u organismo, pero lo que encontró la fascinó sobremanera.

Estuvo navegando largo rato en las secciones virtuales de la biblioteca, emocionada y frustrada a la par, puesto que todo lo que encontraba de interés carecía de continuidad a un más amplio repertorio de información.

Atando cabos, entendió que su madre pertenecía a la rama de Estudios Genealógicos de la Biblioteca de la Sildhala, que tenía otras ramas de títulos fascinantes como «Estudios de las Magias» o «Criaturas y bestiarios». ¿Realmente su madre estudiaba hadas y criaturas mitológicas? ¿Y la pagaban por ello?

La casa en la que vivían, los coches en los que se movían y el nivel del colegio al que asistía Luna evidenciaban buenos sueldos. Su padre siempre bromeaba con estar por debajo del estatus de su madre ¿y tenía ese estatus por estudiar criaturas de fantasía?

Aquello no cuadraba. Aunque a la vez encendía una pequeña bombilla en la mente hiperactiva e intuitiva de la muchacha.

 

 

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