HISTORIA DE HAN – EL ORIGEN DE LA HERMANDAD DE ASESINOS

Los dos muchachos corrían por los tejados, sorteando obstáculos con gran agilidad. Los soldados que les perseguían estaban entrenados para la lucha cuerpo a cuerpo en tierra, pero no para el inesperado y gimnástico recorrido entre los edificios. El más ágil de los dos, de rasgos orientales y piel pálida, reía mientras brincaba de un lado a otro, deshaciéndose de sus perseguidores con golpes, empujones y pequeños cuchillos que arrojaba sin mirar, acertando en cada blanco aún en movimiento. El otro, siguiéndole el ritmo a duras penas, sonreía de medio lado, mientras esquivaba y derribaba a sus propios rivales.

Cuando lograron salir de la ciudad, ambos portaban más cortes que los que llevaban al entrar, pero reían alegres y victoriosos, cumplida su misión. Las sonrisas se borraron de sus rostros tan pronto como llegaron a la sede.

  • ¿Acaso estáis satisfechos con vuestra desastrosa actuación?

Los dos muchachos se miraron entre ellos, sabiendo lo que vendría a continuación. Eran conscientes de haber infringido una docena de normas de la Hermandad, dejándose perseguir y ver, pero aquella vez la paliza excedió todas las anteriores. Los dos eran irreverentes y contestones, pero cuando el instructor, encendido por sus insolencias, desenvainó el cuchillo, las sonrisas se borraron de sus rostros. La hoja voló sobre el pecho del más joven, pero el otro se interpuso, recibiendo un corte en la cara.

  • ¿Qué crees que estás haciendo? ¡No vuelvas a interponerte en mi camino, Ith´aru!

Aún hicieron falta dos cortes más para dar tiempo a Han a recomponerse de los golpes y saltar por encima de la espalda de Ith´aru, cayendo sobre el brazo que empuñaba el cuchillo y cambiando su trayectoria hacia el pecho del instructor.

Entre los dos, con movimientos perfectamente sincronizados, derribaron a su oponente, pese a su lucha enfurecida. La sangre de Ith´aru llovía sobre su rostro mientras se retorcía por el suelo, tratando de inmovilizar al instructor. Finalmente, tras desarmarle de todas las armas ocultas que fue empuñando, el muchacho hizo girar las dos últimas hojas, rebanándole el cuello justo a la altura de la barbilla. Han le miró horrorizado.

  • ¿Está muerto?

Ith´aru levantó la vista, sardónico.

  • ¿Crees que lo notarán?

Fue tal la calma con la que preguntó aquello que Han entendió, una vez más, el origen de su mote: Hoja de Hielo.

  • ¿Por qué has hecho eso?

Ith´aru se dejó caer a un lado, empujando el cadáver para apartarse de él.

  • Porque estoy harto de palos, Han. No creo que este sea un entrenamiento necesario…
  • Y no lo era, Ith´aru.

La voz sonó grave y autoritaria. Los dos muchachos se cuadraron casi instintivamente ante el regente, que atravesó la sala hasta detenerse junto al cadáver del instructor. Le dirigió una mirada despectiva y pasó sobre él para escrutar los rostros ensangrentados de los dos muchachos.

Tras el shock inicial de tener ante ellos a la máxima autoridad de la Hermandad, los dos recobraron las poses chulescas y se enfrentaron a él con osadía.

  • Si no era necesario, ¿por qué habéis permitido esto?

Ith´aru, desafiante, señaló el rostro magullado de su hermano de armas. El regente arqueó una ceja al comparar las heridas de ambos. Allí donde Han tenía moratones, el otro chico lucía feos cortes.

  • La disciplina es necesaria. Acostumbraros a la violencia forma parte del entrenamiento. Las cicatrices son útiles para la memoria… pero no podemos permitirnos perder miembros. A partir de este momento pasaréis a formar parte de mi escuadrón y yo personalmente supervisaré vuestro entrenamiento.
  • Nada de eso responde a mi pregunta… regente.

Si el rostro cubierto de sangre no resultaba suficientemente hostil, el tono sí resultó amenazador. Han esperaba que el regente desenvainara una de las espadas que pendían de su cinto y degollara ahí mismo a su compañero, pero el tipo sonrió misterioso, como si la actitud pendenciera de Ith´aru no resultara ser la ofensa que les habían enseñado que era.

  • Sois un binomio interesante. Estoy seguro de que podremos lograr grandes cosas con vosotros. Id a curaros y descansad esta noche. Al amanecer quiero veros en el Árbol Roto.

El regente dio media vuelta. Ith´aru iba a imprecarle una vez más, pero la mano de Han le detuvo, sujetando su muñeca mientras negaba con la cabeza. No hicieron falta palabras. Los dos sabían que les había perdonado la vida, lo que no alcanzaban a comprender era el motivo.

Había llegado a oídos de la Regia Cabeza la extraordinaria destreza de los dos pupilos y, con ella, el trato deleznable que sufrían a manos del instructor asignado a su entrenamiento. El regente había tardado más de la cuenta en prestar atención a aquel asunto, ya que al consejo no le parecía un hecho que atañera a su nivel, y cuando al fin los dos chiquillos fueron presentados bajo el Árbol Roto, los dos parecían salidos de una batalla.

Los cinco miembros de la Regia Cabeza estudiaron con desprecio el aspecto desvalido de los muchachos. A pesar de sus intentos por caminar erguidos y parecer más duros, los dos lucían magulladuras, inflamaciones y rozaduras visiblemente molestas. Uno de ellos, además, feos cortes a medio cerrar en el rostro.

La despiadada consejera hitita se levantó con gracia y se paseó entre ellos, como evaluando una mercancía. Se detuvo frente al más joven y le levantó la barbilla.

  • ¿Esto es lo mejor que tiene la escuela?

La mirada furibunda del otro muchacho llamó su atención. Tenía los ojos grises y expresión desafiante, sin importarle las brechas que adornaban su juvenil rostro. Se volvió hacia él, sonriendo con malicia.

  • ¿Te he ofendido? ¿Crees que tienes algún derecho aquí, muchacho?

Ith´aru no respondió, pero tampoco apartó la mirada. La hitita le arreó un bofetón que hizo que se le abrieran las heridas de la cara. El muchacho continuó en silencio, aunque sus ojos hervían de rabia.

  • Ya me parecía a mí…

Se volvió hacia el regente. Saltaba a la vista que no compartía su parecer con respecto a aquellos dos.

  • ¿Cuál de ellos mató a Krazyak?
  • Ith´aru.
  • Vaya… el chico enfadado, ¿eh? ¿Crees que ahora vas a ocupar su puesto? ¿Que vas a ganarte un trato especial por haber defendido a tu nenita?

La expresión furibunda del chico se tornó sardónica y sus labios dibujaron una sonrisa extraña que confundió a todos los testigos.

  • ¿Y ahora de qué te ríes?
  • De tu estupidez.

No solo la hitita abrió los ojos como platos ante semejante respuesta. También el resto de miembros de la Regia Cabeza se adelantaron en sus asientos, estupefactos. Más aún cuando, al abalanzarse la consejera a golpear al insolente muchacho, éste esquivó el golpe, retorciéndola el brazo y con un golpe seco en la base de la nariz la dejó k.o, apartándola a un lado como un fardo.

Han reaccionó rápido, colocándose a la espalda de su compañero tras recoger ágilmente las armas del cinto de la consejera. Su mano buscó la de Ith´aru para entregarle un puñal y ambos se pusieron en guardia.

El barullo que se había levantado ante la inesperada escena se vio amortiguado por un sonido de palmas entrechocadas, muy lentas, muy altas.

Los tres consejeros se volvieron hacia el regente, cuya sonrisa satisfecha no hizo bajar la guardia a los dos muchachos.

  • Vuestra fama os hace justicia, muchachos.
  • ¿Qué significa esto, Hekmet?

Los atónitos consejeros esperaban una respuesta que no se hizo esperar.

  • Significa que va a haber cambios en la escuela.

(…)

Horas más tarde, en la penumbra de la celda, Han trataba de aplicar una cura sobre el rostro hinchado y dolorido de su amigo.

  • Eso tiene mala pinta. Podías haber perdido un ojo por ponerte en medio.
  • Bah, te la debía por la del gordo de Priene.
  • Un antebrazo no vale lo mismo que la cara, hermano. Esas marcas no se borrarán fácilmente.
  • Las cicatrices son historia y enseñanza, ¿No atiendes en la instrucción?

El tono burlón de Ith’aru no daba opción a respuesta seria, así que Han le siguió el rollo bravucón largo rato. Hasta que, ya medio dormido, le asaltó de nuevo con otra duda existencial.

  • ¿Crees eso que dicen de que cada vez que matas a alguien pierdes un pedazo de tu alma?
  • Dímelo tú, ¿Te ha quitado algún pedazo alguno de los trabajos que hemos hecho?
  • Creo que no. Creo que se lo merecían y que el mundo está mejor sin esa gente… ¿Crees que pensarán eso de nosotros cuando nos maten?
  • Creo que le das demasiadas vueltas. Duérmete, Han.

A la mañana siguiente, en una de las pausas entre sus entrenamientos, Han encontró otro hueco para conversar con su amigo.

  • ¿Has oído hablar de la Cuna de Dragones? Dicen que sus aguas te hacen inmortal.
  • Pues no encontraremos trabajo allí.

Han rió ante la ocurrencia despreocupada del otro.

  • ¿Te imaginas vivir para siempre?

Ith’aru no respondió, seguía afilando sus armas, metódico y ensimismado. Han continuó.

  • Lo que hacemos cambia el curso de la historia. Hacemos que los poderosos caigan, que los ejércitos ganen o pierdan batallas… Pero cada intervención es una apuesta a vida o muerte. Lo que hacemos es importante porque nos permite vivir un día más para ver mejorar el mundo… Imagina no tener que preocuparte por sobrevivir a la siguiente batalla…
  • La vida eterna y la inmortalidad no son lo mismo, Han. Lo que dicen de la Cuna es que todos viven cientos de años, no dicen que no se les pueda matar…
  • Aguafiestas.
  • Idealista.
  • Mejor hacer esto por creer en algo que hacerlo por inercia, como un puto autómata… ¿Por qué lo haces tú, Hoja de Hielo?
  • Se me da bien.
  • También navegar y no te veo de capitán de barco.
  • Quizá algún día me veas… Navegar es relajante. Pero matar es más rentable.
  • Eso es muy cierto.

La campana que anunciaba la próxima formación les sacó de la reflexión.

(…)

En los siguientes años, la que había sido una modesta agrupación de asesinos a sueldo con aspiraciones de grandeza, al servicio de señores de la guerra y adinerados mercaderes, se acabó convirtiendo en una afamada institución, conocida y respetada como centro de entrenamiento de guerreros y sicarios de gran destreza.

Los grandes señores entregaban a sus niños para ser entrenados por la Hermandad, deseando obtener ventajas estratégicas sobre sus competidores, pero solo unos pocos sobrevivían a las duras condiciones de entrenamiento. Brutales técnicas de disciplina que serían emuladas por sociedades posteriores, como la joven Esparta, garantizaban la impecable respuesta de sus miembros.

Tras la remodelación del primer consejo, llamado la Regia Cabeza y fracasado por la falta de escrúpulos y visión, un rector único, visionario y con grandes influencias en su tiempo, diseñó el futuro de la orden con un espíritu monacal de servicio vitalicio y prestigiosa exclusividad corporativa. Y su diseño cobró forma a velocidad vertiginosa, asentando las raíces y cimientos de la futura Hermandad de Asesinos.

Los asesinos entrenados por la Hermandad no eran soldados, ni guerreros al uso, sino verdaderos artistas del subterfugio, la discreción y la diplomacia, capaces de infiltrarse en cualquier estamento de cualquier sociedad para llevar a cabo encargos cada vez más refinados y complejos. Se les enseñaban lenguas, anatomía, estrategia militar, relaciones políticas, armamentos de cualquier nación y cómo emplearlos. El entrenamiento era severo y el estudio exhaustivo, dando lugar a miembros excepcionales tan temidos como respetados.

Siendo su presencia cada vez más extendida en todas las naciones y países del mundo humano, lograron sin embargo desaparecer de los libros de historia y convertirse en apenas leyenda, en fantasmas… una certeza susurrada por aquellos con poder y oro suficiente como para acceder a sus exclusivos servicios. Muchos han sido los asesinos a lo largo de la historia que han formado agrupaciones, clanes y empresas conjuntas… pero ninguno ha alcanzado jamás el prestigio, habilidad y experiencia cosechados por la Hermandad desde sus primeros días.

En los inicios de esta institución se cometieron algunas atrocidades que dieron como resultado la toma de medidas firmes y categóricas sobre el entrenamiento y el trato entre sus miembros, así como la clasificación de los acólitos, miembros de derecho y representantes, simpatizantes, mecenas, clientes y contratistas. A pesar de las duras condiciones de entrenamiento y trabajo, comenzó a ser un destino deseable para aquellos que conocían de su existencia, que habría dado lugar a un remarcable incremento de miembros y a la posible disgregación y deterioro esencial de la orden, de no haberse tomado como norma la no-adhesión de miembros, cuales fueran sus orígenes y dotes aportadas, sin haber superado antes una serie de pruebas titánicas de acceso.

Para profesionales independientes que no hubieran sido criados en el seno de la Hermandad era casi imposible formar parte de tan exclusivo círculo, sin embargo, en aras de una política absorbente y potenciadora, se organizó un tipo de adhesión simbiótica que permitía a los asesinos independientes beneficiarse de las redes y servicios asociados a la Hermandad y encontrar encargos y recursos para su mejora profesional. Por supuesto, los estrategas de la Hermandad también contemplaron el lucro de estos intercambios, elevando las tarifas y ganancias de sus miembros y haciendo crecer su cartera de servicios asociados para una mejor y más compleja interrelación, tanto con profesionales como con clientes.

La Hermandad ofrecía asesinatos perfectos: sin sangre o con lluvia de ésta; a cielo abierto o en habitaciones cerradas e inexpugnables; con desaparición del cuerpo o con exposición pública de los restos; daba igual si el objetivo era de alta cuna, sacerdote, señor de la guerra o campesino; mientras el cliente pudiera costearse los servicios, cualquier objetivo era posible para los entrenados miembros de la Hermandad.

Y pronto empezaron a multiplicarse. La clave residió en seguir bajo las órdenes de un mando único, como un pequeño imperio nacido y extendido en las sombras, sin fronteras ni sujeto a intereses políticos de unos u otros. La neutralidad e imparcialidad de la Hermandad granjeó enemigos y desconfianzas, pero todo ataque contra sus órganos de poder a lo largo de la historia ha sido repelido con éxito.

 En una época de reinos enfrentados, vasallajes cambiantes, batallas continuas y profunda inestabilidad política, la actividad de la Hermandad pasó desapercibida como entidad responsable, si bien sus actos acometidos condujeron el curso de la historia como se conoce. Actuaron al servicio de asirios, hititas, griegos y otros pueblos de Oriente Próximo en la desestabilización de reinados, derribo de señores de la guerra y conquistadores. Participaron en la sucesión de los reyes egipcios desde el final de Imperio Nuevo en adelante y en la ruptura de las coaliciones de los pueblos asirios.

(…)

Desde el patio vieron al babilonio sentarse junto al regente, mirando en su dirección. Los chicos habrían pagado por saber de lo que hablaban los dos. Cada vez que el babilonio recurría a los servicios de la Hermandad cambiaba la composición dinástica de la poderosa Babilonia y los jefes tribales que amenazaban con conquistarla se frotaban las manos.

  • Necesito a uno de tus chicos. Al mejor que tengas.
  • Tengo dos especialmente buenos.
  • ¿Esos dos? Me quedo al pálido, el otro tiene más marcas que la espalda de un esclavo, ¿Qué hace tan bueno a uno tan torpe?
  • Sus cicatrices no son tanto por torpeza como por osadía, amigo. Arriesga más, así que se lleva más tajos… ¿Para qué lo quieres?
  • Hay un caudillo en Kish que inquieta a mi rey, algunos dicen que es un semidiós, que es intocable. Le siguen multitudes y no queremos que eclipse la expansión de mi rey en esas tierras.
  • ¿Y qué gano yo?
  • Formación militar. Si tu chico sobrevive le daré acceso a mis estrategas y dejaré que vuelva y enseñe lo aprendido al resto de tus chicos.
  • ¿Y ya está?
  • Vamos. No finjas que no te interesa. Sé que tienes aspiraciones con esta Hermandad tuya. No sois simples asesinos, sé lo de la instrucción, que les haces estudiar disciplinas inalcanzables para la mayoría de sabios de la corte, no solo luchan… No sé para qué quiere un asesino saber tantas cosas, pero si eso mejora la calidad del servicio no me opongo.
  • Estrategia militar, ¿eh? Desde Nabucodonosor no habéis llevado a cabo grandes conquistas, no sé por qué debería interesarme…
  • Seguimos a la cabeza de todos estos principados, ¿no? Será que algo estamos haciendo bien…
  • Está bien, llévate a Ith’aru, pero cuando tenga éxito quiero que sean tus hombres quienes vengan a formar a mis muchachos. Que estén instruidos no les hace buenos oradores. La especialización tiene un coste.
  • Está bien. Como prefieras… Pero que vaya oculto. Esa cara destrozada es difícil de olvidar, no quiero que me relacionen con él.
  • También su discreción está entrenada, amigo. Descuida.

(…)

UN PARÉNTESIS DE BUENOS TIEMPOS

Los cinco asesinos se reunieron en el comedor de la escuela, acomodándose en torno a una mesa con bancos corridos.

  • ¿Venís esta noche a la ciudad? Uno de los principitos negociantes ha traído un séquito de lo más interesante…
  • Si hay chicas y va Ith’aru paso, siempre se las hace él…

Los cuatro miraron sorprendidos al apuesto Han, que dio un largo trago a su vaso de vino de dátiles. Ur-mazhi señaló incrédulo el rostro inexpresivo del mentado compañero.

  • ¿Cómo es eso?
  • Yo tampoco lo entiendo, yo soy más guapo. Les puedo dar todo lo que puedan desear, pero se quedan con el cararajada.

Fue el mismo Ith´aru quien respondió, templado y sardónico.

  • Les das lo que puedan desear, no lo que quieren. Si una mujer quiere sexo, dale sexo, no busques darla amor… Y si lo que quiere es amor, analiza tus salidas.

Los cinco rieron. Ibbi siguió ahondando en la llaga.

  • Vaya, Han… y yo que te hacía un seductor misterioso…
  • Y lo soy. Pero al parecer este cabrón lo es más. Debe tener algún hechizo que le hace atractivo a todas las mujeres…

Ith’aru se estiró hacia atrás, sonriendo complacido y Nanna, la única mujer entre ellos, a menudo confundida con un hombre por sus rasgos andróginos y su forma de pelear, fingió luchar contra una fuerza invisible, hasta sentarse sobre las piernas de él.

  • ¡Es cierto! ¡No puedo resistirme! ¡Debe ser magia!

Ith´aru hizo amago de aprovechar la situación, rodeando a la mujer con los brazos, pero ella le inmovilizó con una ágil pirueta y le dejó retorcido contra la mesa. Todos rieron.

Aquellos fueron buenos tiempos. La Hermandad prosperaba y sus miembros, hermanos de sangre y de armas, llevaban vidas acomodadas y prestigiosas. El grupo formado por Ur-mazhi, Nanna, Ibbi, Han e Ith´aru contaba entre sus éxitos con la mayor parte de los encargos de los últimos años realizados a la institución.

El primero en morir sería Ur-mazhi, en el intento de asesinato del gran sacerdote tebano Pinedjem I. Después caería Nanna, también en Egipto, llevándose consigo a un aspirante al trono cuyo nombre desaparecería de las estelas. Y tras él, Ibbi, asesinado por una tabernera que le reclamaba la paternidad de uno de sus muchos hijos.

(…)

LA CUNA DE DRAGONES

La primera vez que Ith´aru estuvo en la Cuna de Dragones lo hizo para cobrar un encargo de Han en el que él apenas había participado. Estando convaleciente por un dardo envenenado, su amigo le pidió ir en su nombre, bromeando con la posibilidad de que el pago fuera hacerle inmortal. Al volver de la isla, Ith´aru no era inmortal, pero había descubierto la existencia de una casa de sanación de extraordinaria fama que, a su modo de ver, explicaba las leyendas. Han ya estaba recuperado y no vio necesidad de solicitar tal servicio, más aún al conocer el coste que supondría.

La segunda vez que el hombre de las cicatrices pisó la isla fue precisamente para hacer uso de la mentada casa de sanación. Fue Han quien le dejó en manos de los sanadores, malherido y luchando por su vida con tal anhelo que aceptó cualquier trato que le permitiera no sucumbir. El oriental sospechaba que aquel episodio cambiaría su vida, pero no imaginaba hasta qué punto le afectaría aquella estancia en la isla.

Después de curadas sus heridas, el asesino alargó algunos meses su estancia de forma inexplicable, ofreciendo el servicio de instructor a sus guerreros, hasta que la Hermandad lo reclamó de vuelta. Cuando Han lo vio aparecer de nuevo en la sede supo que algo atormentaba a su amigo, algo que se había quedado atrás al partir de la Cuna de Dragones.

Durante los dos años siguientes, Ith´aru aprovechaba cualquier excusa para merodear por la Cuna. En dos ocasiones sus pasos le llevaron a la Ciudadela. De la primera volvió frustrado y de la segunda ansioso. Han se burlaba de él y de su estupidez, incapaz de creer que un flechazo pudiera trastornar tanto a su amigo.

Pero lo cierto es que Ith´aru el asesino no volvió a ser el mismo tras su paso por la casa de sanación de la Cuna, donde contrajo una deuda de sangre con la isla de Bekurianth que parecía alegrarle más que pesarle, pues ofrecía la excusa perfecta para volver allí.

  • Para volver a morir, amigo. Cuidado con lo que anhelas, porque puedes encontrarlo donde menos te lo esperas…
  • ¿Alguna vez has estado enamorado, Han?
  • Muchas veces.
  • Enamorado de verdad.
  • ¡No digas sandeces, Ith´aru! Tú no estás enamorado. Y aunque lo estuvieras, no tendría ningún sentido… ¿una bekur? ¡No te hagas eso, amigo! Jamás podrías cortejarla. Eso te matará antes que la deuda de sangre que has contraído…
  • Lo prefiero a seguir vagando sin sentido.
  • ¿Pero tú te has oído? ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi compañero, el hombre sin sentimientos?
  • Mañana parto hacia la Cuna. ¿Vienes conmigo?
  • ¿Estás loco? Tengo un encargo en el sur, cuanto antes vaya, antes podré liberarme. Me vendría bien tu ayuda…
  • Debo intentarlo, Han.
  • Intentar morir siempre se te ha dado bien. Pero por suerte se te da mejor no conseguirlo… te deseo sexo desenfrenado y montañas de oro.

Allí se separaron sus caminos por el periodo más largo de sus inesperadamente largas vidas. Han partió a Egipto, donde todos sus amigos habían muerto, y retornó victorioso, pero Ith´aru no había regresado todavía cuando le buscó para celebrar su éxito con él. Casi había pasado un año cuando fue a buscarlo a Bekurianth y descubrió, para su sorpresa, que el asesino lo había conseguido. Vivía en la costa, entre pescadores, y se veía en secreto con la famosa sacerdotisa, pero su pequeña aventura estaba empezando a levantar suspicacias.

Han pasó allí un par de meses, sirviendo de tapadera a los dos en alguna ocasión, hasta que por prudencia ambos abandonaron aquella vida, antes de que la corte destapara la verdad tras las sospechas que algunos tenían.

Ith´aru no quiso volver a la sede después de su estancia en Bekurianth, así que Han le acompañó hasta que sus caminos se separaron de nuevo, reclamados cada cual por sus propias deudas, cada uno en un extremo del mundo conocido.

El hombre de las cicatrices respondió afirmativamente y con ánimo renovado al emisario de la Ciudadela que le buscó para embarcarle en el que, a todas luces, sería su último encargo, su última batalla. Han habría deseado acompañarle, pero también a él le habían reclamado en otra parte y sus caminos se separaron en la costa. Ith´aru embarcó sonriente y se despidió de su amigo con la alegría confiada de quien se siente dueño de su destino.

  • Si acabas tu encargo rápido, vente conmigo. ¡Seguro que esos bekures agradecen cada espada y cada saeta que podamos aportar a su causa!
  • Lo mismo te digo, hermano. Aunque seré yo y no una muchacha bonita la que lo agradezca, ¿podré competir?

Rieron y se burlaron pero, como en cada misión, y en aquella más que en ninguna otra, eran conscientes de que podría ser la última vez que se vieran. Se abrazaron y despidieron antes de que Ith´aru subiera al trasbordador.

Seis meses después llegaría a la Hermandad la noticia de la épica muerte de Ith´aru y apenas un año después de su partida, nadie recordaría la existencia de Bekurianth, ni de sus dragones ni de sus misteriosos y longevos moradores.

Solo Han, al recordar a su amigo, tenía la sensación de que su muerte respondía a una causa concreta y durante meses se obligó a recordar, a indagar y a reunir pruebas de que sus recuerdos, efectivamente, habían sido alterados por alguna fuerza que escapaba a su control.

Así entró en los círculos de magos de Asiria. Así logró encontrar a quien aseguraba que existía una isla mágicamente ocultada al mundo llamada Bekurianth, y el contrato que le llevaría, a través de portales secretos y esotéricos acuerdos, al lugar antes conocido como Cuna del Tiempo.

Solo al pisar sus ocultas costas recordó su anterior visita, a su amigo, su relación prohibida y su épica muerte, conmemorada por una estatua de piedra en la plaza principal de la Ciudadela.

Allí, estupefacto y confuso, fue reclutado para el que sería también su último trabajo… con su cuerpo al menos.

Oliver Leal es el protagonista de Puertas a la Atlántida.

De su larga historia hay más fragmentos como este, de la recopilación "Libro de Momentos".

- Han (El origen de la Hermandad de Asesinos)

- Azami (La casa de las Montañas)

- Ánika (El retorno del aprendiz)

- Un trabajo en Formigal 

 

La parte más actual e intensa de su vida se narra en Puertas a la Atlántida y La Isla del Tiempo.