La nieve entraba en el salón arrastrada por ráfagas de la feroz ventisca. Demasiados agujeros que tapar en todo el recinto. El único habitante perenne del gran castillo se calentaba las manos en un caldero de hierro lleno de troncos y carbones encendidos, sumido en recuerdos de tiempos mejores, pero el aroma sutil de una forma viva atrajo su atención, haciendo que se volviera ágilmente.

Junto a una columna del corredor lateral del gran salón había una figura encapuchada. Sus pasos ligeros y bien acolchados habían ocultado su avance, pero el aroma de un cuerpo cálido en aquel gélido universo era imposible de ocultar.

  • No te quedes ahí y ven a calentarte junto al fuego.
  • ¿Y si fuera una amenaza?
  • Amenázame después de calentarte las manos. Debes estar helada.

La mujer frunció el ceño. No esperaba ser detectada antes de llegar a su altura y, desde luego, no esperaba ser identificada tan rápido. Avanzó entre las mesas vacías hasta el fuego, hacia el que el solitario guardián del castillo se había vuelto a girar, confiado. Al llegar junto a él se deslizó por su espalda, plantando la daga que llevaba en la mano sobre el cuello desnudo, bajo la cuidada barba.

El hombre ahogó una risita y presionó contra su vientre la punta de un puñal que hábilmente había preparado para repeler ese ataque. La mujer resopló molesta y apartó la daga, echándose a un lado a calentarse las manos, como le había ofrecido el otro.

  • Respeto tu empuje, no creas. Pero a estas alturas no es tan sencillo matarme, querida.
  • No… y menos con ese fantasma chivato que te acompaña.
  • No alimentes su ego, no es tan buen guardaespaldas… No esperaba volver a verte.
  • Se suponía que no debías verme, Reshi.
  • Practica más. Sé más paciente…
  • Sí, sí, todo el rollo ese ya me lo sé.

Intercambiaron una sonrisa burlona antes de colocarse frente a frente. El hombre de las cicatrices apenas había cambiado en aquellos diez años, pero ella ya no era la jovencita que un día había abandonado la escuela de asesinos. Se miraron a los ojos un instante y después la mujer se abalanzó sobre él, abrazándole con familiaridad. Reshi devolvió el abrazo. Era cierto que no esperaba verla de nuevo y desde luego no esperaba verla convertida en una atractiva mujer.

Se observaron al separarse. Los ojos grises de Reshi escrutaron el rostro, ahora también marcado, de la que había sido su pupila en el último tiempo que había participado en la instrucción de la Hermandad. Cada algunas décadas volvía a presentarse a la Hermandad como instructor, garantizando la perpetuación de algunas técnicas de lucha antiguas pero muy efectivas. Ánika había sido la más prometedora de sus alumnas de entonces y la única en la que había confiado de verdad.

  • ¿De dónde sale eso? ¿Querías volverte tan guapa como yo?

El hombre señaló sobre su propio rostro la cicatriz circular que enmarcaba el ojo izquierdo de ella.

  • Herencia de Novgorod. No les gusta mucho que sus líderes aparezcan muertos.
  • Te queda bien. Te da un toque… amenazador. Le hacía falta a esa carita de ángel para alcanzar un buen balance en este mundo cruel.
  • Si una aporta balance, en tu caso están un poco descompensadas las pesas.

Reshi chasqueó la lengua. El fantasma hizo un comentario sarcástico que le hizo sonreír también, asintiendo.

  • ¿Qué ha dicho el bueno de Hakkon esta vez?
  • ¿Ya no le oyes?
  • Nunca le oí. Después dejé de verle ¿recuerdas?
  • Cierto… creciste, pequeña. Te dije que no crecieras, ¿verdad?
  • No todos podemos quedarnos congelados en el tiempo, Reshi.

El hombre sonrió de medio lado. En su momento había confiado muchas cosas a la entusiasta y precoz asesina, convencido de que su vida sería tan breve que no tendría importancia que conociera sus secretos. Pero Ánika había logrado medrar y sobrevivir a la dura instrucción, saliendo al mundo como una de las más letales y profesionales asesinas de su época. Muchas cosas habían cambiado en su vida, en su persona, pero estaba allí por un motivo concreto y ambos sabían cual era, aunque lo evitaron durante toda la conversación y mientras el anfitrión traía y compartía algo de cena con ella.

Doce años atrás, durante su instrucción, Ánika había acudido a su dormitorio y Reshi la había rechazado, alegando su relación profesor-alumno, su juventud y su falta de experiencia en el mundo. Pero ante la insistencia de ella al separarse, dos años después, él había amenazado con que si algún día volvían a encontrarse fuera de la academia, no volvería a ser tan caballeroso y cortés.

Dado que él mismo había abandonado la escuela y el país, no había esperado volver jamás a verla, especialmente con los riesgos de su profesión, pero allí estaba en carne y hueso, implacable y determinada como antaño, pero diez años más experimentada.

  • ¿Cómo has dado conmigo?
  • No ha sido fácil. Esta ruina en la que vives no se encuentra en ningún mapa, ni hay ningún aldeano despistado que sepa de su existencia.
  • Es la idea.
  • ¿Había sido tuyo antes?

Reshi sonrió, asintiendo.

  • Hace mucho tiempo… después se lo legué a una familia amiga que llenaba este salón de invitados e interminables festejos. Unos cincuenta años de plenitud y otros tantos de decadencia…
  • ¿No queda ninguno?
  • Al parecer ha vuelto a mí… ¿has venido porque quieres un castillo en las montañas? Tiene algunas reparaciones pendientes, pero con un buen equipo de carpinteros puedes ponerlo al día en seguida…
  • ¿Queda alguna habitación a la que no le entre la nieve?
  • Bueno, tiene mazmorras… pero siguen apestando como si quedaran cadáveres pudriéndose en ellas.
  • Supongo que no duermes en este salón, bajo alguna de esas mesas.
  • La tercera de la izquierda es la más seca, aunque algo fría por las mañanas…

Ánika sonrió de medio lado.

  • Si no te conociera, creería esta fachada de inmundicia que me vendes, pero apuesto a que hay un baño cálido en algún lugar de esta ruina y el camino hasta aquí ha sido largo…

Reshi asintió, también sonriendo.

  • Acompáñame.

Dejaron los platos y las copas de peltre sobre la mesa y el hombre la condujo sin prisa por detrás de un cortinaje raído. En efecto, el corazón de aquella construcción, maltratada por las duras tormentas y el abandono, se mantenía intacto y perfectamente aislado, incluso cálido en comparación con las frías estancias del contorno.

  • ¿Qué hacías en el salón pudiendo pasar las horas en esta parte del castillo?
  • Te esperaba.

Reshi abrió la puerta del baño y la mujer se sorprendió al descubrir al otro lado una estancia caldeada con una pequeña piscina de dos por dos metros rodeada por columnas romanas. Sobre una mesa había preparadas toallas de hilo y por las rendijas de una portezuela lateral se escapaba vapor.

Hakkon soltó una carcajada al ver la expresión atónita de la mujer, pero Reshi, más discreto, tan solo hizo una reverencia para dejarla pasar.

  • ¿Cómo sabías…?
  • Ánika… como bien has dicho, no hay un alma en millas a la redonda. Cualquier cosa distinta a un corzo o un jabalí que se acerque por esas laderas es visible desde aquí.
  • ¿Sabías que era yo?
  • Fuera quien fuera, qué anfitrión no prepara su casa para un pobre viajero descarriado…

Había sarcasmo en su voz. Siempre lo había. Esa forma burlona de conversar sumaba encanto al ya de por sí misterioso individuo. Desde siempre, Reshi había destacado entre el resto de miembros de la Hermandad por su aspecto poco convencional y su extraordinario manejo de las armas y el cuerpo en combate. Su rostro surcado por cicatrices y el resto de marcas visibles de su cuerpo le conferían un aire amenazador, de leyenda viva, y la inigualable templanza con la que luchaba y orientaba a los estudiantes, hacían de él una respetable eminencia dentro de la Hermandad.

Ánika llevaba años esperando aquel reencuentro, lejos de la escuela, lejos de los condicionantes que los habían separado en el pasado. Había guardado fielmente los secretos que él había compartido sobre su insospechada condición y ahora había llegado por fin el momento de cerrar el círculo y conseguir ese paso más, tan anhelado.

Se adentró en la cálida habitación desabrochando la capa que aún cubría su vestimenta. Reshi la recogió y la colgó de un saliente de la pared. A partir de aquel momento no hubo palabras entre ellos. Sus miradas cómplices y desafiantes bastaron para comunicar cuanto fue preciso.

La condujo a un lado de la piscina, donde había un banco para dejar su ropa y fingió volver hacia la puerta, pero se quedó en el otro borde de la poza, observándola.

Ánika se fue desnudando despacio, mirándole fijamente y Reshi, tras un prolongado suspiro y sonriendo de medio lado, hizo lo mismo, también muy despacio y sin apartar la mirada de ella.

Ambos llevaban armaduras ligeras por encima de la ropa, brazaletes, hombreras y cintos con armas, que dejaron caer suavemente a los lados. Ánika portaba más armas y a cada una que soltaba Reshi asentía con su media sonrisa sarcástica.

Cuando el hombre se liberó de la camisa, los ojos de Ánika recorrieron su torso, voraces. No era la primera vez que le veía, pero sí la primera vez que aquel cuerpo entrenado y marcado por mil batallas, estaría a su alcance.

Ánika se deshizo primero de las botas y pantalones, dejando para el final la camisa. Si hubiera podido escuchar los comentarios de Hakkon quizá habría preferido dejársela puesta, pero la voz del fantasma se perdía en su soledad, ignorada por el hombre de las cicatrices.

Reshi fue el primero en quedar completamente desnudo y expuesto. Era evidente que esperaba con interés el desnudo de ella, pero en cuanto se hubo quedado sin ropa se introdujo en el agua. Su mirada y la pose que adoptó, sentado en el banco perimetral y con los brazos extendidos a los lados, invitaban a acompañarle.

La mujer le miró desde lo alto, contenida, y dejó escurrir la camisa por su piel, muy despacio, mostrándose también. Tenía el cuerpo fibroso de una luchadora, delgado pero firme, de escasas curvas y con más de una cicatriz mal curada, pero tanto Reshi como su fantasma llevaban largo tiempo sin contemplar el cuerpo desnudo de una mujer y apenas repararon en las marcas.

Respirando profundamente, como si fuera a disparar una flecha, Ánika entró en el agua caliente, imitando la postura de su anfitrión. Estaban cada uno en una arista del cuadrado y sus pies casi podían tocarse. Reshi la contemplaba con la cabeza ladeada y una mueca divertida en su rostro. Parecía esperarla, pero la mujer se quedó en su espacio, desafiándolo con la mirada.

El hombre de las cicatrices cerró los ojos, aún sonriendo y echó la cabeza hacia atrás, hundiéndose un poco más en el agua y relajando la pose, como si hubiera perdido el interés. Ánika aprovechó para estudiar las cicatrices que asomaban del agua, en los hombros, los pectorales y la más inquietante, una gruesa línea que bajaba desde detrás de su oreja izquierda hasta su ingle, la herida que, como le había contado en una ocasión “le mató”.

Aguantó menos de lo que pretendía. Demasiado tiempo esperando para andar ahora con ese tira y afloja silencioso. Se impulsó en la pared y se deslizó sobre Reshi, que entreabrió la boca y los ojos, dándola la bienvenida. Tenía esa forma de sonreír como si supiera muchas cosas que al otro se le escaparan y eso siempre la había turbado sobremanera. Ahora sonreía así, mientras la rodeaba con los brazos, acomodándola sobre él.

No dejó de sonreír mientras la besaba, mordisqueando sus labios y reteniéndola contra su cuerpo. La mujer se echó hacia atrás, creando espacio entre ellos para ver su rostro.

  • He venido a matarte, Reshi.
  • ¿Por voluntad o trabajo?

El hombre no pareció tomarse en serio la amenaza, siguió moviéndose dentro de ella, recorriéndola con las manos mientras sonreía divertido.

  • Trabajo.
  • ¿Puedo conocer la identidad del cliente?
  • Ha pedido que no la revele.
  • Si voy a morir, ¿qué le importa?
  • Tú y yo sabemos que no vas a morir.
  • Y aún así, has aceptado el trabajo…
  • Me daba la oportunidad de rastrearte y… llegar hasta ti.
  • Y aquí estamos…

Como Ánika hizo amago de apartarse, Reshi la retorció un brazo y con él en la espalda la sujetó del torso y la sacó del agua, levantándola del culo. Salió con ella y la posó suavemente de espaldas en el frío borde de piedra. Allí volvió a la carga, soltó su brazo lo justo para agarrar sus manos sobre la cabeza, inmovilizándolas mientras la besaba y deslizaba los labios por su cuello. Volvió a soltarla, convencido de que no desperdiciaría la ocasión, y fue bajando con besos y mordiscos hasta su entrepierna.

Ánika arqueó la espalda, ignorando el frío de la piedra y le dejó hacer, retorciéndose de placer. Después trató de revolverse, pero Reshi sujetó sus piernas mientras se introducía de nuevo dentro de ella.

Soltó sus piernas, permitiendo que las separara y se inclinó para besarla de nuevo. Ánika se revolvió, haciéndole resbalar de lado, pero él no dejó que se girara, recogió su pierna de nuevo y deslizó una mano bajo su cabeza, sujetándola la cara mientras la besaba el cuello desde detrás. La mujer se apretó contra él, buscándole de nuevo y así tendidos se mecieron una vez más, hasta que Reshi la sujetó un instante, incrustándose en ella y conteniendo la respiración en su oído, para después soltarla con un largo suspiro, mientras se retiraba de su interior.

Ánika giró sobre su propio brazo, quedando tendida boca arriba.

  • Van a matarte, Reshi. Si no soy yo, otro vendrá y querrá acabar el trabajo.
  • Sé tú entonces.
  • Me han pedido tu cabeza.
  • Eso no va a ser posible. Podría prestarte mi cadáver, pero el desmembramiento no es algo a lo que esté dispuesto.
  • La petición está hecha a través de la Hermandad. No tienes escapatoria.

Reshi sonrió. Le había contado cosas, sí, pero no se lo había contado todo. No era la primera vez que encargaban su asesinato a la Hermandad, ni sería la primera vez que un sicario de su propia casa lograba matarle.

  • ¿Han puesto fecha límite?
  • La boda de…
  • … su hija. Maldito bastardo, ¿ha contratado a la Hermandad por proteger la dote de esa necia? A dónde va a llegar el mundo.

Ánika asintió. Su cliente era un renombrado terrateniente con intereses políticos y económicos en todo el occidente. Al parecer debía mucho oro a Reshi y antes que pagar su deuda prefería contratar su desaparición.

  • En fin. Tenemos tiempo…

Reshi volvió a besarla y la empujó por el húmedo suelo hasta el agua. Se introdujo con ella y tras asearse un poco la invitó a salir del baño y continuar la noche en el dormitorio, a un par de estancias de allí.

  • ¿Qué vas a hacer?
  • Tu contrato es vinculante. Deberías matarme, con testigos, en algún sitio público pero del que pueda salir antes de que ningún matasanos decida recoger mi cuerpo para esa ciencia funesta que ahora están tan deseosos de investigar.
  • ¿De verdad sobrevivirías si te mato?
  • Moriría, pero volvería a levantarme. Mejor si lo haces tú y alguien de confianza se hace cargo de mí hasta que despierte…
  • ¿Y después?
  • Tu contrato estará cumplido y yo me encargaré de que ese desgraciado no vuelva a contratar ninguna otra muerte.
  • No me agrada la idea de matarte, Reshi.
  • Pues olvídalo ahora y dediquémonos a ideas más agradables…

La empujó suavemente contra la cama y no dejó de besarla ni de sonreír. Ánika se preguntaba si aquella historia era cierta, si era posible que sobreviviera, pero su mente se ocupó pronto en distracciones más interesantes.

 

 

El día anterior, Reshi estudiaba las huellas de un ciervo con distraído interés cuando Hakkon llamó su atención con una pregunta descontextualizada.

  • Oye, ¿Cómo se llamaba la niña aquella que quería follarte fuerte en la escuela? ¿Águeda? ¿Aurora?
  • Ánika… se llamaba Ánika.
  • Bien, pues viene a por ti, viejo.

Reshi se incorporó y oteó ladera abajo, en la lejanía que señalaba el fantasma.

  • ¿Estás seguro de que es ella?
  • Completamente.

El hombre de las cicatrices dio media vuelta y echó a andar despacio hacia la destartalada construcción en la que se guarecía del duro invierno centroeuropeo.

  • ¿Dónde vas, Carcamal? ¿No vas a saludar a tu amiguita?
  • Voy a preparar la casa. Se avecina tormenta. Nos hará falta algo más de leña y desempolvar las toallas buenas…
  • A desempolvar es a lo que viene, ya te lo digo. ¡Al fin un buen polvo! Hace meses que no veo desnudo más que tu culo peludo. Ni putas, siquiera.
  • Búscate tú alguna ramera… ah, no, que no tienes cuerpo con el que satisfacerla. Qué lástima, ¿no?

Siguieron con las puyas mientras el hombre preparaba las estancias interiores. A mediodía empezó la ventisca, que ya no pararía hasta el día siguiente. Reshi oteó por las rendijas del muro el exterior, pero nada se veía ahí fuera, solo restaba esperar a que la mujer lograra su propósito.

  • Debe tenerte muchas ganas para subir hasta aquí solo para meneártela.
  • Si llega hasta aquí es porque viene a matarme.
  • ¿Matarte? Creía que quería follarte. No es que no me satisfaga que te rebanen de vez en cuando, pero esperaba tener antes ocasión de ver gozar a alguna fulana…
  • Una cosa no quita a la otra.
  • Bien visto.

La nieve entraba en el salón arrastrada por ráfagas de la feroz ventisca. Demasiados agujeros que tapar en todo el recinto…

 

 

 

 

 

Pocas semanas después, en la plaza principal de Kiev, la asesina atravesó el corazón de su instructor cuando este felicitaba a su cliente por el enlace de su hija. La sangre salpicó al mercader, que se mostró complacido, a pesar de la falta de escrúpulos y discreción del contrato. Hizo que se llevaran el cuerpo, pero nunca llegó a sus dominios. Esa misma noche, el hombre y sus allegados celebraron sin saberlo su última cena, apareciendo todos muertos a la mañana siguiente.

Puertas a la Atlántida

(Oliver Leal)

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Familia Rochavella