AUTOBIOGRAFÍA DE CARROÑERO

I

Conozco muchas formas de hacer desaparecer un cadáver. Una de ellas es devorándolo, y por eso mis compañeros de profesión empezaron a llamarme “Carroñero”. La empresa para la que trabajo conoce mi dieta y eso ha hecho que mi nombre se haya convertido en una institución dentro de este mundillo.

Permite que te cuente un poco sobre la empresa. Es un negocio familiar que sirve a la Hermandad desde hace cinco generaciones. Supongo que conoces la Hermandad ¿no? ¿La ancestral Hermandad de Asesinos? Esto se sale un poco de mi autobiografía, pero de acuerdo, te lo cuento también…

La Hermandad es una sociedad tan antigua como la humanidad misma. Dicen que el oficio más antiguo es el de puta, pero yo diría que está a la par con el de asesino. Tan pronto como empezó el comercio entre seres humanos, las transacciones de vida y muerte se pusieron en marcha. Y hablo solo de seres humanos porque la creatividad de esta especie supera con creces la de cualquier otra que haya pisado la faz de la tierra. A nadie se le había ocurrido vender su cuerpo o la muerte de un tercero antes de que el ser humano empezara a establecerse por aquí.

Y eso nos lleva a la Hermandad, sí. Hace un montón incalculable de años unos tipos muy listos, y con muy pocos escrúpulos, coincidieron en la idea de que era un buen negocio eso de matar para otros. Se organizaron y profesionalizaron aquello. Empezaron a reunir a expertos en diversas disciplinas: lucha cuerpo a cuerpo, caza, venenos, acrobacias, subterfugio, teatro… todo aquello que pudiera tener utilidad para el fin último que era acabar con la vida de algún alguien. Convirtieron el asesinato en arte y comenzaron a ofrecer sus servicios en círculos cada vez más exclusivos.

Matar es fácil, aunque se haya complicado con el tiempo, la creación de censos, las religiones y la conciencia social. Pero ellos no solo matan, ellos matan con estilo. Cualquiera puede pegar un tiro, pero cuando quieres que parezca un accidente, mandar un mensaje, cometer un asesinato imposible o un delicado ensañamiento… entonces recurres a la Hermandad. Ya sea para empezar una guerra o para acabarla, para exterminar un clan hasta el último nieto bebé o lo que necesites, si tiene que ver con cargarse a alguien, la Hermandad y sus muchos brazos lo pueden hacer por ti. Sin que te manches las manos. Sí, eso lo hacen también los gánsteres modernos ¿no? ¿De quién crees que tomaron la idea? Novato…

Ahora que entiendes lo que es la Hermandad de Asesinos quizá te preguntes ¿por qué una Hermandad? ¿Por qué no una empresa cualquiera y ya está? Asesinos S.A y nos dejamos de historias… Todo tiene su porqué, claro está. Unos dicen que los que la fundaron eran hermanos de verdad, (aunque parece una versión un poco rosa del asunto, en plan Adán y Eva cristiano, todo queda en familia y tal). Otros dicen que los miembros de este exclusivo club profesional llevan a cabo un juramento que les convierte en hermanos de sangre (esa tiene más sentido y, de hecho, ningún miembro de la Hermandad la puede abandonar, eso es más heavy que una familia de la mafia siciliana). Hay quien cree en ritos masónicos de iniciación y crianza de elegidos, en plan agogé, que en lugar de destinarse a crear soldados y ciudadanos ejemplares, crea asesinos perfectos, más letales y elegantes que cualquier ex combatiente de película… Hay muchas teorías sobre su origen. En cualquier caso, da mucha más presencia y caché llamar a tu macronegocio de exterminio “Hermandad” que simple “Pandilla de aniquilación”.  Sea cual sea el motivo del nombre, hacen bien su trabajo y llevan manteniendo su misterio y su negocio siglos y siglos. Por algo será.

Como puedes imaginarte, una empresa de tal envergadura y que además tiene presencia en todo el maldito mundo, acarrea una logística importante. Los asesinos matan, pero por lo general no cocinan, no construyen, no lavan la ropa, ni friegan el patio y, si pueden evitarlo, no se encargan de los cuerpos que van dejando atrás. Así que nuestra sacrosanta Hermandad de expertos de alto standing necesita subcontratar un amplio abanico de servicios. Pero no van al mercado laboral y cuelgan ofertas de trabajo del tipo “Se necesita limpiador para empresa de asesinatos. Deje el currículum aquí”. No sé si en su momento lo harían de esa forma, pero a estas alturas ya cuentan con servicios consolidados, de empresas que pasan de padres a hijos y se perpetúan desde hace siglos.

Y una de esas empresas familiares, como te contaba al principio, es esta para la que yo trabajo, a pesar de no pertenecer por línea de sangre a la extirpe de sus fundadores. Sí, también existen puestos de confianza dentro de las subcontratas de la Hermandad ¿Qué pasa?

Nos dedicamos a hacer desaparecer los cuerpos que no interesa dejar a la vista. A veces quieren que los encuentren y otras veces no. Los avances en ciencia forense nos plantean interesantes desafíos a diario y eso ha hecho que también nuestra profesión se haya convertido en un auténtico arte, muy demandado y, por suerte para los que lo ejercemos, extraordinariamente bien pagado.

Ah, sí. La Hermandad paga muy bien. ¿Cómo si no iba a conseguir la fidelidad absoluta de todos sus miembros y subordinados? ¿Por amor al arte? Paga bien y dispone de paraísos fiscales y legales en los que jubilar a sus miembros retirados. Si uno temiera por su supervivencia al acabar su vida profesional, no perduraría el negocio.

Por supuesto no es la única entidad encargada de estas gestiones. De hecho, en los últimos años colabora estrechamente con otro gigante de este panorama invisible que hace girar la economía mundial, y los negocios más y menos legales, tanto en el mundo humano como en el sumergido: la Red Haller.

Las capacidades que la Red Haller ha sumado a la Hermandad en los últimos tiempos superan con creces todas las expectativas de nuestros ancestros. Se dice que el cabecilla de este imperio es omnisciente y más letal que cualquier asesino de la Hermandad, a pesar de no haber formado parte nunca de sus filas. Claro que se cuentan muchas cosas. Si alguna de ellas es cierta, el señor Haller sería uno de los pocos (llamémosles «civiles») que han sido formados por miembros de la Hermandad en técnicas de lucha sin prestar juramento, además de disponer de crédito ilimitado y protección a cielo abierto.

Antes de continuar, viendo tu cara de extrañeza, te explicaré lo que significan estos términos: «Crédito ilimitado» significa que el señor Haller (si es que es cierto) o aquellos que dispongan de este extraordinario beneficio, puede utilizar los servicios de la Hermandad sin coste alguno, sea cual sea el servicio requerido. Es como tener en un banco económico una de esas «grandes cuentas» que le hacen a uno creerse el rey del mambo, pero en mejor. No hay muchos beneficiarios del crédito ilimitado de la Hermandad, de hecho, personalmente creo que es un mito. La Hermandad es extraordinariamente cara en sus servicios, no parece tener mucho sentido ofrecer algo así.

Por otra parte, «protección a cielo abierto», es todavía mejor. Verás… Existen una serie de convenciones sociales, normas o leyes (no sé si escritas) que son respetadas por los miembros de la Hermandad en todos los países y territorios de la tierra. Y existen también una serie de recintos, sujetos a dichas leyes, marcados como zonas libres de ejercicio y libres de sangre (es decir, en las que no se puede matar a nadie) que funcionan como santuarios de reposo. Allí el paraguas de la Hermandad protege a todo el que los pise de ser asesinado sin previo aviso. Eso está muy bien si sabes que tu vida corre peligro. Si alguien intenta matarte en uno de esos recintos protegidos, será previamente aniquilado, sin miramientos y, muy probablemente, sin preguntar. Pero son recintos cerrados. Digamos «fáciles» de controlar y garantizar en ellos la inmunidad de quien los pisa. Remansos de paz en la vorágine de peligros de este mundo… ¿captas la idea?

La protección a cielo abierto extiende esa salvaguardia fuera de los recintos marcados. Significa que ningún miembro de la Hermandad puede aceptar el trabajo de matarte, lo cual está muy (muy) bien, y significa además que, si algún miembro de la Hermandad detecta que puede haber un tercero intentando matarte, tiene la obligación de intervenir. Eso es ya la ostia.

Por esto también dudo que alguien fuera de la propia Hermandad tenga esa dispensa. Pero, ante la duda, yo no intentaría matar al señor Haller… Allá otros.

¿Por qué te estoy hablando de la Red Haller? Porque nosotros trabajamos indistintamente para la Hermandad y para la Red. Por norma general, existe exclusividad en los servicios prestados. Si limpias para la Hermandad, limpias para la Hermandad y no hay competencia que valga. A ningún «miembro» (extendiendo tal merced a todos los que formamos parte del mundillo, de un modo u otro) se le ocurriría ir a ofrecer sus servicios a un tercero. Pero fue la propia Hermandad la que nos ofreció a la Red Haller, así que el trato es lícito y, además, nos ha abierto muchas puertas, lo cual hace que todos salgamos ganando.

La Hermandad opera en el mundo entero, como te he comentado, y dispone de bases, casa francas, refugios y sedes casi en cualquier delimitación geopolítica conocida. La Red actúa principalmente en Europa, pero se extiende como una fina telaraña por el resto de continentes, de modo que casi podría decirse que se solapan y entretejen. La Red proporciona servicios de inteligencia y logística, gestión de mercancías y transportes, tapaderas, blanqueos y transacciones inmobiliarias, pero no comete asesinatos. Así que forman una simbiosis perfecta. Entonces… ¿por qué nuestros servicios están a disposición de la Red? Te preguntarás…

Porque, a pesar de no cometer asesinatos, (es decir, no dedicarse profesionalmente a quitar vidas por encargo) en ocasiones muere gente. En numerosas ocasiones, podría decir. Parte de la impoluta reputación del señor Haller y sus allegados es debida a una exigente política de «no dejar cabos sueltos». (Esto es absolutamente confidencial, pero puedo afirmar sin género de dudas que, en una ocasión, esta férrea política se tradujo en el exterminio total de toda una mafia centroeuropea, incluidas mujeres, niños, ancianos y mascotas. Lo de las mascotas fue lo más difícil, en realidad. Y puedo afirmarlo porque yo formé parte del equipo de limpieza en aquel entonces y tuvimos mucho trabajo para hacer desaparecer todo aquello. Eso sí, no preguntes qué salió mal -o bien- para que toda aquella gente pagara con sus vidas, porque no tengo ni la más remota idea).

Así que, como aventuraba al principio, conozco muchas formas de hacer desaparecer un cadáver, porque me dedico profesionalmente a hacerlo.

Ahora que conoces a nuestra prestigiosa clientela, te hablaré un poco más de mí.

Mi nombre es Khan… no, lo cierto es que no. Mi nombre es Odiseo (y esto no es coña) y no recibí apellido porque fui un bastardo indeseado al que dejaron en un contenedor al nacer. Supongo que todo tiene una explicación. No culpo a los hijos de puta que me engendraron. Pero eso condiciona un poco el camino vital de uno, si te lo preguntas.

El nombre de Odiseo me tocó como a los gatos en las protectoras, llegué a una suerte de orfanato y a toda la camada nos pusieron nombres de la Odisea, sin más. Yo al parecer fui el primero en llegar, así que me tocó el del legendario héroe. Y ya estaría. El resto carece de interés en esta historia.

Dada mi extra-humana naturaleza (luego te explico), fui dando tumbos como todo indeseado hasta encontrar el hogar de la familia Vitale, que me acogieron y educaron en el negocio familiar. (Sí, yo también veo la ironía en el apellido familiar y el área profesional en el que nos desenvolvemos).

Si te lo preguntas, aunque mi padrastro ha insistido siempre en presentarme como Ulisse Vitali, nunca he terminado de adoptar el apellido familiar. Al fin y al cabo, no soy un Vitali de cuna. Así que, he buscado mi apodo en distintos idiomas, en aras de consolidarme un apellido propio. Porque, además de sentirme más identificado con ello, infunde respeto y misterio y eso mola, pero no termino de decidirme por ninguno:

Alemán: assgeier (Odysseus der Aasfresser)

Sueco: asätare

Neerlandés: aaseter

Armenio: aghbahan

Afrikaans: aasdier

Islandés: hraeaeta* (Ódysseifur Hraeaeta)

Portugués: Carniceiro

Francés: charognard

Rumano: gunoier

Bielorruso: smietnik

Eslovaco: smeciar*

Esloveno: smetar

Serbio/croata: smetlar

Hindi: mehatar

Inglés/irlandés/corso/latín/danés/luxemburgués/gaélico/oriya: scavenger

Nepalí: skyäbhënkjara*

Mongol: tseverlegch

Galés: sborionwr

Japonés: sukabenjä*

Búlgaro: chistach

Macedonio/bosnio: cistac*

Criollo haitiano: kadav

Turco: çöpçü

Checo: mrchozrout

Árabe: zibal  (yaqrae alzibal)

Turcomano: garakçy

Macedonio: karozero*

Euskera: karroza

Estonio: koristaja  

Zulú: kadoti

Maltés: kennies

Polaco: padlinozerca

Kurdo: paqijker

Somalí: qashin qub

Letón: maitëdäjs*

Lituano: maiteda*

Malayo: pemulung

Ruso: musorshchik (Odissey Musorshchik)

Birmano: nain

Finés: raadonsyöjä

Chino: qïng dàofü*

Húngaro: utcaseprö

Bengalí: mätäla*   (Bhäskarakë i´odisisa karë)

Suajili: mtapeli

Azerbaiyano: zibilçi

Hawaiano: mea lawe palaoa

Maorí: kaipatu paraoa

Griego: odokatharistís

Albanés: pastrues

Noruego: plyndrer

En la lengua de la familia, Odiseo el Carroñero quedaría «Odisseo Lo Spazzino», que suena muy al brazo ejecutor de Al Capone y, aunque tiene su punto, hemos acordado dejarlo para el ámbito familiar.

Apellidos y nombres a parte, supongo que tras toda esta historia sigue en tu cabeza la pregunta… ¿¿¿devorándolos??? ¿Comes cadáveres?

Bueno, técnicamente, salvo que seas de esos vegetarianos o veganos de la postmodernidad, tú también.

Aunque quizá no humanos ¿te refieres a eso?

Eso también merece su propia explicación… vamos con ella.

II

Quizá, para que me entiendas mejor, debería introducir algunas nociones de genética, hibridación, mutación y especismos… Pero como no soy científico, te diré que todo tiene un origen mágico. Así seguro que todo lo que te diga cobra sentido sin más.

¿No?

Está bien. Más allá de lo que puedas o quieras imaginar sobre papá y mamá y las rarezas y circunstancias de cada uno, mi línea de sangre no es completamente humana. No sé quién aportó qué, ni si hay más como yo, o con algo parecido a lo que yo tengo, pero sé que dejar suelto en el mundo a un tío como yo fue una mezcla de crueldad e ingenuidad cósmicas.

Aunque a simple vista pueda pasar un 85% por humano, me temo que no lo soy. Físicamente tengo diferencias y mentalmente también. Al parecer no razono ni siento como el resto de las personas humanas de mi alrededor.

Suertudo de mí, no tengo cola, ni cloaca, pero tengo un alto porcentaje de reptil.

Antes de conocer la existencia de los Clanes Sumergidos y toda la fauna sobrehumana que habita la tierra, creí a los médicos y enfermeros que veían en mí una variante de una enfermedad rara llamada «ictiosis congénita autosómica recesiva de arlequín». Me pusieron toda clase de medicamentos y tratamientos (dentro de las posibilidades de los varios centros en los que repartí amigablemente mi infancia) creyendo que podrían «curarme». En resumen: tengo escamas.

Más allá de una infanciadolescencia algo complicada, entre los que querían ayudarme «curándome» y los que querían hacerme ver que en realidad era medio monstruo y eso está guay, terminé de desarrollarme y afianzar mis semejanzas y diferencias con el común de los humanos.

Puedo pasar casi por humano porque hoy en día la peña se hace cosas tan extrañas, entre tatuajes, escarificaciones, dilataciones y modificaciones varias, que nadie se sorprende porque tenga las orejas retraídas o la nariz algo más chata que la media y con diminutas fosetas loreales. En las manos apenas se aprecia, pero entre los dedos de los pies tengo pequeñas membranas (salvo una que algún cabrón con curiosidad científica se encargó de extirparme cuando era un crío) y cuando me quito la ropa se puede percibir cómo mi piel aparentemente humana pasa al amarillo y verde escamoso de mi naturaleza reptiliana. Sí, tengo protuberancias en la columna, como un lagarto armadillo. Todo un bombón, ¿verdad? Eso han debido de pensar todas las chatis con las que he tenido el gusto de intentar intimar.

Hablando de lagartos armadillos. Debo introducir a Borus. Borus, Bor o, si eres científico, Ouroborus Cataphractus, es mi compañero desde hace ya ocho o nueve años (Según estudios pueden vivir 25 años en cuativerio, pero no creo que se sienta cautivo, así que a saber…) Bor sí que es un lagarto armadillo. Su especie es original de Sudáfrica, así que su historia es trágica también, exportado como mercancía exótica para el terrario de algún coleccionista con recursos. En teoría debería vivir en un desierto rocoso, pero vive sobre mí, entre mi ropa y mi alrededor y, como buen lagarto armadillo, sus escamas son duras y puede rodar sobre ellas, como una pelotita adorable, sin hacerse daño.

Borus y yo somos omnívoros. Eso significa que no solo como carroña, amigo, también me puedo comer una pizza de pepperoni, un guisote de legumbres o un buen bistec. Bor prefiere los insectos.

Así que, volviendo al tema. Una de las formas en que hacemos desaparecer cuerpos o partes de cuerpos, es consumiéndolas. ¿Así en crudo? Pues debo decir que he probado distintas formas y mi favorita es en carpaccio, con espinacas y aceite de oliva (pijo que es uno), macerada en soja o en tartar. En general todas las carnes, cuanto menos hechas mejor. Otra cosa es un buen filete de vaca vuelta y vuelta, que se puede hacer también con carne humana, pero suelo ser partidario del crudiveganismo en lo que a carnes se refiere (salvo en la parte vegana, que no la concibo salvo ausencia total de carnes a mi alrededor).

Otra pregunta que quizá te hagas es ¿matas para comer? No. No sería capaz de matar ni a un conejito. Pero si me dan el trabajo hecho, no le hago ascos. Igual que tú en la carnicería, en la pollería o en la pescadería ¡no vengas ahora con remilgos! (Salvo que seas vegeteriano animalista, que ahí la convicción moral parece secundar los remilgos con más coherencia).

¿Cómo empezó todo esto de comerse lo que tienes que hacer desaparecer?

Pues como suelen darse todos los descubrimientos, de casualidad.

III

Cuando uno es tan agraciado físicamente como soy yo, tiende a ser objeto de burlas y miradas con excesiva frecuencia. Y no solo burlas. Como puedes imaginar, uno debe aprender a sobrevivir con esta geta mía y para ello no queda otra que ser más basto, más rápido y más hostil que el resto. Hacerse el malote, vaya.

Da igual si eres un cacho de pan o un hijoputa revenido, en según qué ambientes tienes que ir de duro o te comerán vivo.

Lo malo es que, en según qué otros, es mejor no pasarse de chulo, porque siempre hay un pez más grande. (Y un malote más asustado que tú)

Y resulta que un buen día yo me pasé de tío duro, en las circunstancias más desfavorables para mí, y el otro malote me siguió el juego en el momento más inoportuno. Todo empezó con los típicos insultos (cara lagarto, dragón de komodo, piel de princesa y demás) que fueron adecuadamente respondidos. Si alguna vez has jugado al Monkey Island, entenderás a lo que me refiero. No puede haber una buena pelea sin un creativo intercambio de exabruptos.

Entre insultos y puñetazos, mi contrincante y yo rodamos hasta los pies de cierto individuo al que no le hizo gracia ser arrollado por dos descerebrados en plena lid. Yo iba allí en calidad de mero limpiador y el otro lumbreras en calidad de matón, y ambos teníamos el respaldo de nuestras correspondientes instituciones, por lo que eliminarnos no era una opción, aunque hubiera sido muy del gusto del trajeado individuo. Lamentablemente, el individuo iba en calidad de pagador de un intercambio de discutible legalidad y dado que nuestra pelea importunó sus negocios, resultaba lícita su iracunda respuesta y ninguno de nosotros osó contrariarle mucho más.

No pudo darse el gusto de matarnos pero sí de darnos un castigo ejemplar y, escuchando nuestro cruce de insolencias y groserías (lo prudente habría sido dejar de pelear tras el fortuito encuentro, pero veníamos calentitos y enaltecidos), el hombre trajeado decidió «contentarnos» a los dos haciendo empíricas las impertinentes acusaciones que nos hacíamos mutuamente.

Él me decía que estaría mejor en un terrario y yo a él que nadie le querría ver ni en un zoológico. Yo le acusaba de no servir ni de carroña para los buitres y él me decía que si quería probar su carne, en un despectivo y retorcido intento de llamarme maricón, supongo. Por supuesto respondí a su crítica afirmando que antes moriría de inanición que hincarle el diente, pero que si a él le gustaba más la carne que el pescado podía ponerme el culo y le daría el gusto… Y así, una tras otra, nuestra creatividad verbal y escasa habilidad combativa (si no, uno de los dos habría callado al otro y nos habríamos ahorrado el posterior espectáculo), fue inspirando a nuestro amigo (llamémoslo Big Fish) a encerrarnos a los dos en un antiguo animalario abandonado en una de sus múltiples propiedades.

Creo que la idea inicial era preparar un espectáculo, con nosotros de atracción principal, que nos sirviera de escarmiento. Mi colega trabajaba para él en última instancia, pero yo pertenecía a la familia Vitale y por ende a la Hermandad, no era sabio por su parte retenerme demasiado tiempo. Un día o dos sí, luego se disculparía, pagaría una cantidad razonable y evitaría tener más trato con nosotros, sin resentimientos… pero en algún momento la cosa se torció.

Al parecer ese intercambio que nuestra pelea enturbió (independientemente de la muerte previa orquestada por la Hermandad y para la cual se habían solicitado mis servicios), tuvo sus propias repercusiones negativas y a Big Fish se lo cepillaron horas después de su idea brillante de encerrarnos en aquel agujero perdido de la mano de dios.

Nadie sabía dónde estábamos, porque el muy cabrón solo se lo había contado a unos pocos de sus hombres y todos cascaron con él. Así que, nadie podía ir a buscarnos.

Encerrados uno junto al otro, en aquel lugar olvidado, seguimos discutiendo hasta darnos cuenta de que nadie iría a rescatarnos. Pensaréis que uno se da cuenta rápido de una situación así, pero puedo asegurar que pasaron bastantes horas antes de que a ninguno se nos iluminara la meninge y dejáramos de creer que la broma tendría fecha de caducidad.

Yo he pasado muchas horas en mi vida inmovilizado en camillas, quirófanos, hospitales, orfanatos y centros de acogida, donde todo lo que podías hacer era esperar y observar atentamente tu alrededor imaginando posibles salidas. Pero mi colega no disponía en su haber de tanta paciencia como yo y, al cabo de unas cuantas horas, comenzó a desesperarse. Y lo hizo en la oscuridad de la noche, en la que, estando en un pozo enrejado destinado (en su día) al encierro de criaturas salvajes por tiempo indeterminado… ¿qué podría salir mal si intentas trepar a la desesperada?

Recuerdo cómo crujieron sus huesos al caer. Recuerdo los gritos y lamentos y cómo poco a poco se extinguieron sus gimoteos.

Una cosa que no te he contado es que mis ojos tampoco son completamente humanos. Al parecer poseo un tipo de fotorreceptores en las retinas algo más desarrollados que los humanos y mis fosetas loreales (muescas en los laterales de mis aletas nasales, aparentemente producto de una viruela sorprendentemente simétrica de mi infancia) funcionan como una suerte de infrarrojos, permitiéndome detectar presencias calorimétricas y tener una mejor visión en la oscuridad.

¡Alguna ventaja tenía que tener!

El caso es que mi brillante compañero agonizó durante unas pocas horas. Se disculpó conmigo, suplicando que llegara junto a él y le ayudara. Multiplicó sus insultos y quejas al ver que yo no hacía nada por salvarle. Y finalmente exhaló su último aliento y dejo aquel zoológico muerto en un silencio sepulcral.

Sólo entonces pude escuchar la vida alrededor. Los pequeños roedores, reptiles y carroñeros que merodeaban por el destartalado zoológico en busca de algún resto que llevarse al buche. Yo ya tenía bastante hambre cuando mi compi había empezado su andadura suicida y era de día cuando había dejado de gruñir y esperaba la muerte suspirando.

A plena luz y habiendo tenido muchas horas para observar las grietas y orificios de mi celda, pude encontrar un modo de alcanzar los mecanismos de cierre de la trampilla de alimentación que daba al pasillo circular de servicio. Encontrarlos no supuso ser capaz de abrirlos de inmediato, claro.

Valoré utilizar cualquier cosa, incluso roerme el meñique y utilizar mis falanges como pulsador dentro de la cerradura. Sé que puede sonar descabellado, pero la situación era bastante delicada si te posicionas en mi lugar… y en medio de mi desesperación, la solución se presentó sola. Una diminuta lagartija amigable fue mi salvación. De alguna forma, mientras intentaba estirarme a través del muro y sus oxidados barrotes para alcanzar la cerradura, la lagartija entendió mi necesidad y se deslizó por mi mano y por la caja de metal rojizo. Se internó en la apertura y accionó el mecanismo que desbloqueó la puerta. Mejor que una llave. Lástima que la esperanza de vida de una lagartija silvestre sea de unos pocos años y mi amiga estuviera ya en sus últimas, si no, habría sido una grata compañera (Como lo es Borus).

Una vez liberado de mi celda, la curiosidad me llevó a visitar a mi fallecido compañero. No iba a poder hacer nada por su vida, pero quizá encontrara algo aprovechable. Cuando te dedicas a hacer desaparecer cadáveres, muchas de las pertenencias que portan encima acaban en tus bolsillos de buen grado, así que no esperarás que tenga ninguna consideración al contarte que le registré sin importarme en absoluto que se hubiera muerto retorcido, ¿verdad?

Y aquí llega el momento crucial en que mi pragmatismo me lleva a probar el sabor de la carne humana. Cuando llevas más de un día sin comer (he de apuntar que charcos y goteras había por doquier, así que beber nunca fue un problema, por asquerosa que supiera el agua que encontré), empiezas a no hacerle ascos a nada. Empecé masticando algunas hojas de plantas que encontré, aconsejado por mi diminuta y escurridiza amiga, pero al cabo de un par de horas mascando hojarasca (porque encima era finales de otoño y mucha hoja verde no había por la zona) empezaron a resultarme más apetecibles las heridas llenas de moscas de mi colega. No creas que no di vueltas y más vueltas por los alrededores, pero el puto animalario estaba perdido en una zona rocosa de alguna finca kilométrica en algún lugar de Europa del Este y siendo la época que era no había mucho alimento a la vista. Así que la idea de que tenía carne fresca bien cerca fue asentándose cada vez más en mi cerebro.

A pesar de mi turbio pasado, he de mencionar que en lo que a modales se refiere, estoy hecho todo un dandy y la idea de comerme a mordiscos una pierna rota no me motivaba en exceso.

Así que busqué algún elemento cortante para al menos hacerle filetitos.

Puede parecer de lógica, pero cuando te enfrentas por primera vez a un cacho de carne tienes que elegir qué parte cortar. ¿Cuál es más jugosa? ¿Cuál más fibrosa? ¿Cuál tendrá mejor sabor? ¿Cuál será más fácil de masticar? De la vaca más o menos sabes de dónde coge el carnicero la pieza… falda, babilla, rabo, costilla… pero ¿en un ser humano?

El colega además no estaba precisamente criado para consumo. Actuaba como matoncillo de segunda, así que ni siquiera era un fornido paramilitar con buenos músculos, sino más bien un tirillas con aspiraciones.

Os he hablado ya de que trabajo haciendo desaparecer cadáveres ¿verdad? Para llevar a cabo estas prácticas uno debe tener nociones de física, química y biología. Manipular un cuerpo muerto tiene sus riesgos, porque no sabes qué microbios trae cada cual consigo, así que a la hora de comerse a alguien, un buen sibarita como yo, se lo tiene que pensar un par de veces. No me preocupaba el hecho en sí de despiezarlo para comérmelo, sino qué porción estaría en mejor estado para masticarla en crudo.

Comencé intentando estirarle, porque estaba algo anudado consigo mismo, pero llevaba muerto suficientes horas como para haber empezado a ponerse rígido. Y además, en lo que me decidía, los insectos ya habían empezado a adelantarse a mis preferencias. Toda la sangre seca del suelo estaba ya infestada de bichos y las heridas causadas por los huesos fracturados al salir también tenían sus buenas dosis de hambrientos contrincantes.

La carne cruda es bastante tersa de por sí, pero si encima ha comenzado el rigor mortis, hincarle el diente se complica. No sé si sabes que este fenómeno suele empezar de dentro hacia fuera. Primero se endurecen los músculos lisos y el corazón; pasan de laxos a contraídos, pero luego se relajan y se vuelven rígidos. Teniendo en cuenta que era media tarde cuando me decidí a superar las barreras morales en aras de la supervivencia y que el tipo la había espichado a eso de media mañana, debía llevar muerto unas seis horas, en pleno «ascenso» de la rigidez postmortem.

Esperar entre un día y medio y dos a que mi posible comida aflojara no me resultaba demasiado apetecible, así que utilicé la chapa retorcida que había encontrado (y afilado contra una piedra salivando con las posibilidades) y me dispuse a realizar catas en busca de alguna zona más apetecible que otras.

Desnudé al tipo. Lo cual me llevó un buen rato y mi hambre crecía, a falta de más hojarascas, arbustos o raíces apetecibles con las que entretener al paladar. Debo confesar que prefiero el sabor de la carne medio podrida al de la tierra, así que comer raíces sin poder darles un buen fregado previo tampoco satisfacía mis anhelos demasiado.

Cortar un cuerpo en proceso de rigidización con una puta chapa oxidada y retorcida no es nada fácil, así que empecé probando con las partes blandas. Si te lo estás planteando: no, no como genitales. En principio me dan un poco de grima y teniendo disponible todo lo demás, tampoco había necesidad de iniciar mi andadura caníbal por ahí.

Lo más blando que encontré en mi exhaustiva cata fueron los ojos, la lengua y la cara interna del muslo, casi en la nalga. Era consciente de que las perforaciones que estaba produciendo, a pesar de la ausencia de sangrado por la masiva hemorragia que ya le había desecado previamente, serían puerta de acceso de cresas, larvas y bacterias, así que estropearían mis posteriores almuerzos, en caso de ser necesarios. Además, cuando empezara a aflojar también comenzaría a hincharse, así que debía ser rápido en el consumo de las partes más viables o la muerte por inanición pasaría a envenenamiento. Ninguna resultaba apetecible.

IV

Estaba oscureciendo, así que no tengo ni idea de qué fue lo que vieron desde el cielo para decidir parar precisamente allí, pero después de haber cortado una pieza de carne del muslo, descartándola por estar cubierta de orín (a pesar de haber intentado sortear dicho contratiempo) y cuando procedía a indagar en la musculatura profunda en busca de alguna porción menos rígida que el resto… el sonido de un helicóptero me sacó de mi afán y me hizo correr al exterior del animalario, esperanzado.

No os he hablado de Max. Maxim Vitale, mi padrastro y dos veces rescatador de una muerte segura.

Max ya había enviudado cuando me acogió en su casa y me presentó a sus tres hijos: Adriano, Santino y Fabrizio. Los hermanos Vitale han heredado el carácter determinado (hasta la tozudez) de su padre y la misteriosa sensibilidad mágica de su madre. Max siempre nos contaba que había conocido a su mujer en los canales de Venecia, al caerse al agua, porque su mujer era una sirena. Quizá esa historia tuvo algo que ver en que le llamara la atención mi nombre. Quizá tan solo fue la insistencia de sus hijos, que advirtieron en mi rareza una naturaleza más allá de la humana. En cualquier caso, estaré eternamente agradecido a los tres.

En este caso, la tozudez de Max en su idea de recuperarme le hizo estrujar los recursos de la Red Haller para averiguar el destino que nos había previsto Big Fish y venir a rescatarme. ¡Gracias, Padre! Una vez más.

Max me abrazó, con ese exaltado sentimiento paternofilial de los pueblos mediterráneos y me recorrió preocupado al encontrar mis manos llenas de sangre reseca. Le conté lo sucedido mientras subíamos al helicóptero, dejando atrás a mi desafortunado compañero de celda (y casi festín) y le conté también que había estado a punto de devorarle, del hambre que había pasado en aquel lugar abandonado.

¿Qué crees que me dijo? Podrías esperar una reacción de miedo, angustia o compasión, ¿verdad?

En lugar de ello, su respuesta fue más práctica.

«Si quieres comer carne humana, cómela en caliente o ya madurada. Ese chico no estaba en buen estado para tu estómago, hijo, no te habría sentado bien» Y sacó unas galletas de una bolsa y me las tendió.

Después de aquello, dado el acceso privilegiado que tenemos a los cuerpos aún calientes facilitados por nuestros pródigos clientes, empecé a experimentar con carne de mejor calidad.

Mi primer carpaccio lo obtuve en compañía de Fabi, mi hermanastro. Él se abstuvo de hincarle el diente, pero coincidió conmigo en que el aspecto era bastante atractivo. Ahí comenzó la broma familiar sobre la nueva gestión de cuerpos y, cada vez que recibíamos un encargo, se me ofrecía el testeo del mismo.

Por circunstancias que no vienen al caso, uno de los clientes de la Hermandad, tras haber renunciado al cuerpo de su víctima, solicitó recuperarlo y lo encontró con la esperable herida letal y también inexplicablemente falto de una pieza del muslo y otra del lomo bajo. Aquello, unido al apodo familiar «Carroñero», levantó las suspicacias de nuestros contratistas con respecto a nuestros métodos de trabajo. Pero hasta la fecha ninguno se ha quejado. Este cliente en cuestión nos devolvió el cuerpo a falta de una mano y como agradecimiento nos envió un lote de productos de sazonado de carnes que, naturalmente, han sido probados con el fin previsto.

Pero no temas. Aunque disfrute de vez en cuando con un buen bocado de carne, sea cual sea su procedencia, cuido mi dieta y sigo llevando una alimentación mediterránea completa y correcta. Al fin y al cabo, hay muchas formas de hacer desaparecer un cuerpo.

Devorarlo sólo es una de ellas.

Si te ha gustado esta historia, ¡comenta para verla continuar!

 

[AVISO LEGAL:

Todo el contenido está registrado y protegido de plagio. Por favor, no te busques un lío legal]