PARTE PRIMERA

De lo sucedido a raíz del temblor de tierra

Capítulo I – El fin del solsticio

Rayaba el amanecer, tras la noche más corta del año, y todos seguían danzando extasiados, al ritmo de instrumentos, palmas y voces acaloradas, cuando la tierra comenzó a temblar bajo sus pies y los postes apoyados entre sí en medio de la hoguera se desmoronaron de repente.

Comenzó en el lugar exacto que ocupaba el túmulo, bajo la hoguera y bajo los pies de los que danzaban más cerca de ella, que saltaron hacia el exterior, pillados por sorpresa. La tierra se abrió y de ella brotaron las primeras formaciones rocosas, entre nubes de polvo, estallidos de tierra y el rugido desgarrador del suelo al resquebrajarse. Esta vez no fue una explosión subterránea y un hundimiento. Ante las miradas atónitas de todos los testigos y con un estruendo que resonó de valle en valle, de la tierra empezaron a surgir, como dientes afilados, puntas de roca más grandes que un hombre.

Agin condujo a todos a campo abierto, a la senda entre la casa y el castro. A pesar del caos reinante todos querían descubrir qué estaba pasando, así que nadie se alejó demasiado. Éire reunió a la familia en torno a Agin, buscando desesperada a Tapio y a Morri, desaparecidos.

La formación que emergió del túmulo, circular y armónica, recordaba a un crómlech megalítico o al mismo espacio del túmulo resurgido de su colapso, sin su techumbre protectora. En su centro jurarían que había algo vivo, pero el escándalo y la nube de polvo impedía centrar los sentidos en aquel lugar.

La tierra se estremecía, herida y agitada por fuerzas que nada parecían tener que ver con la naturaleza.

El cambiapieles abrazó a Éire y a gritos se preguntaron entre ellos si era posible que el portal se hubiera abierto. Ella sugirió llamar a Halo cuanto antes, pero la situación no permitía volver a la casa y ninguno había salido esa noche con teléfonos móviles. Ante sus ojos aterrados, del centro del nuevo círculo de peñas empezaron a salir piedras, lanzadas por una fuerza descomunal, como la erupción de un volcán. Dos rezagados llegaron corriendo desde los talleres, sorprendidos por el movimiento de tierra y el desplome de la galería exterior y fueron alcanzados por uno de aquellos proyectiles. Antes de que Agin, Balder o cualquiera de ellos pudiera ir en busca de los heridos, del mismo suelo brotaron nuevas puntas de roca lanzadas en dirección al edificio, surgiendo bajo el soportal y creciendo hasta reventar pared y tejado.

Más tarde comprobarían que las piedras habían emergido incluso en las protegidas estancias de la casa Rochavella, además de en el patio y el interior de los talleres.

Aquellas piedras sobrenaturales no solo empujaban la estructura, sino que atrapaban en su interior cuando pillaban a su paso, vivo o muerto.

El polvo no se asentaba y Éire, furiosa y preocupada por los heridos y la casa, levantó una corriente de aire que disipó el torbellino de tierra y esquirlas entre ellos y el centro del crómlech, destapando la imagen más inesperada y espectacular que hubieran visto antes.

Erguido en el centro del círculo de piedras, con una pierna apoyada en una roca y la otra estirada, estaba el hombre más inquietante y sensual que hubieran visto en sus vidas.

Una larga melena negra y lisa veteada de mechones rojizos envolvía un rostro inhumanamente afilado y parcialmente en sombras, a la luz mortecina de un amanecer perezoso tras las montañas y el resplandor verdoso que emergía del centro del círculo de piedras.

Bajo el largo cabello se advertía una inusual armadura que podría haberle camuflado en una formación rocosa. Incluso podían advertirse musgo y líquenes en ella.

Era evidente que el tipo no esperaba que la nube de polvo desapareciera tan rápido, echó un vistazo curioso a su alrededor y después, con una sonrisa malévola, saltó hacia atrás, desapareciendo en el interior del volcán de piedras apuntadas.

Los Rochavella corrieron hacia él, descubriendo un inexplicable vacío donde debería haber estado agazapado el misterioso individuo.

• ¿Qué diablos ha sido eso?

Asomados como estaban al cráter bajo las rocas, solo alcanzaban a ver tierra removida, allí donde minutos antes danzaban lenguas de fuego en la hoguera que habían compartido entre todos.

Alex constató que la ausencia de pensamientos al mirar a los rostros atónitos de la familia, le inquietaba. Siempre había contado con esa información privilegiada y su ausencia le complicaba leerles, y, aunque había observado suficiente a la gente como para saber interpretar el lenguaje corporal, empezó a ver los inconvenientes del escudo entre ellos.

Alanna sugirió saltar al interior del círculo de piedras, pero Agin se lo impidió, tirando de ella. Tampoco permitió que Éire entrara.

• ¿Sabes lo que hay ahí?
• No, pero eso que ha asomado era un hada y se suponía que el portal se había cerrado. No creo que sea una buena idea asomarse ahí dentro. Ninguno de vosotros debería exponerse…

Un amago de comprensión empezó a formarse en la mente de los otros cuatro. A su alrededor, los demás asistentes a la fiesta que habían aguantado hasta el amanecer empezaron a llamarles aterrados al descubrir los catastróficos efectos del evento.

• ¡Hay heridos!

(…)

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