ATAYA – EL HOMBRE CURIOSO
Ataya (Del feérico «At»- hombre, «Aya»- curioso)
Deseado por lobos, vampiros, demonios, cazadores y hadas… aunque es un cachorro mortal, todos los clanes sobrenaturales buscan y disfrutan su compañía sin entender el motivo. Cuando comienza a vislumbrar la magnitud de su poder, los cimientos del mundo conocido se tambalearán.
EL PUNTO DE PARTIDA
Todas las historias de los clanes hacen referencia a una serie de sucesos relativamente recientes que afectaron de alguna forma a todos los clanes, por un motivo u otro...
Se trata de la historia de "Ataya, el hombre curioso": La ópera prima del universo de los Clanes Sumergidos; un libro que presenta a grandes rasgos todo el potencial del universo sumergido y de sus pobladores.
ATAYA, EL HOMBRE CURIOSO – SINOPSIS
Separados por el miedo de una mujer tramatizada, Eric y Aiora llevan años buscándose por el mundo, pero cuando al fin logran encontrarse el uno al otro, sus caminos volverán a separarse por arte de magia.
En su desesperación, Aiora recurre a un estrambótico compañero para seguir los pasos del joven desaparecido.
Y mientras tanto, él descubrirá todo un elenco de criaturas que le ayudarán a desarrollar sus poderes aún desconocidos, poniendo en marcha mecanismos que harán tambalearse el equilibrio conocido.
DE INTERÉS PARA FRIKIS (¡Ojo! ¡Spoilers!)
A diferencia del resto de libros, que siguen historias a nivel «doméstico», en Ataya los sucesos tienen repercusiones globales, a nivel de clanes completos, afectando al mundo humano en varios países.
Como ópera prima, sienta las bases de todo el universo sumergido, con. presentando un abanico más amplio de personajes e instituciones interconectadas.
En este libro figuran, en cada capítulo, los glifos de los personajes o clanes que en él intervienen. En su momento tuvo una maquetación compleja y estudiada, llevada a cabo con todo el mimo y devoción por este universo extenso por descubrir.
El niño sonrió ilusionado al verla y corrió a sus brazos.
– ¿Lo has traído? ¿Me leerás hoy?
Ella se hizo la remolona, girando una y otra vez para ocultar lo que llevaba a la espalda y finalmente sacó un viejo libro encuadernado en piel y se lo tendió al crío, que saltó por la habitación extasiado. De pronto se detuvo en seco con cara de preocupación.
– Mamá dice que no existen, ¿sabes? que son tonterías y no debo buscarles ni creerte. Pero los he visto y tú también, ¿verdad?
– Claro que sí. Tu madre no puede verlos porque no tiene la visión profunda – en su cabeza resonó otra razón más oscura, pero el chico no tenía por qué saberlo – hoy daremos una vuelta por el pinar y verás cómo es cierto. Si te fijas bien, oirás respirar a los árboles y quizá canten para nosotros…
– ¿En serio?
El niño volvía a reír alegremente. Aiora sonreía con complicidad, aunque su corazón estaba preocupado. Aquel crío tenía un potencial extraordinario para aprender y desarrollar capacidades más allá de las corrientes, pero su madre temía demasiado lo sobrenatural y sospechaba que además de ejercer de canguro y contarle cuentos, le estaba abriendo la mente a cosas que ella se negaba a creer. Debían ser más discretos, pero un niño de 8 años embelesado por sus descubrimientos es incapaz de contenerse.
Esa tarde pasearon bajo los árboles y Aiora le contó una historia sobre hombres lobo y cazadores. El niño preguntó ansioso si aquella historia también era cierta, si existían de verdad los hombres lobo.
– ¿No te da miedo pensar que puedan existir?
– Tú has dicho que eran buenos y nobles, ¿por qué me iban a dar miedo?
A menudo el pequeño tenía razonamientos y comentarios completamente impropios para su edad, por eso ella empezó a darle más opciones, por eso empezaron a practicar… no tenía miedo a nada, todas las criaturas de las que ella le hablaba le fascinaban y saber que el mundo ignoraba que existían realmente era como ser el protagonista de algo muy grande, inalcanzable y genial. Exclusivo.
Su primer contacto con la magia fue a través de las runas. Ella dibujó una runa en el aire para acercar un libro de una estantería y él la aprendió de memoria y al día siguiente dibujó la runa y le hizo llegar a las manos un pequeño barco de madera y papel, hecho con una nuez y un palillo. Aiora estaba tan orgullosa de él que quiso seguir enseñándole y llevaron el barco a la bañera, donde provocaron oleaje y corrientes con otra runa nueva.
Entonces le habló de las distintas magias, de las inmensas posibilidades y poderes de los magos, hechiceros y arcanistas. Le llevó libros de leyendas sobre criaturas fabulosas que ella afirmaba que aún rondaban la tierra. Y el niño asimilaba la información como una esponja.
A menudo parecía demasiado mayor y sabio para su edad, pero a veces cometía errores propios de su ilusión e ingenuidad y le contaba a su madre que había visto esta o aquella cosa, que había hablado con el viento o la lluvia, que Aiora le había llevado a tal o cual sitio.
Su madre viajaba mucho y a menudo el crío pasaba días enteros con su canguro. No tenía hermanos y su padre había muerto al poco de nacer él por lo que su madre había contratado a Aiora a tiempo casi completo la mayor parte de la semana.
Un día, mientras leían cuentos en el sofá del salón y hacían bailar, sin tocarla, una bailarina de papel, entró la madre del niño en casa con cierto desasosiego. Había tenido un mal día y al ver moverse sola a la bailarina sus ojos se tiñeron de furia y temor. Mandó al crío a su cuarto y le dio un ultimátum a Aiora. No quería que el niño se volviera loco pensando en mundos sobrenaturales, no quería que le metiera locuras en la cabeza, ni magias ni ilusiones. En el colegio le habían dicho que el niño era soñador y pretencioso, misterioso para su edad, que había algo desconcertante en él y que quizá debería vigilarle. Le había vigilado y en efecto había descubierto muchas cosas que la asustaban y todo era culpa de ella, así que no sólo la iba a despedir, sino que iba a mudarse a otro país para evitar su influencia sobre el pequeño.
Aiora recibió aquella noticia como un duro golpe. Ni siquiera le permitió despedirse, pero aquella noche, cuando la madre se hubo acostado, llegó hasta la ventana del niño y llamó al cristal.
– ¡Aiora!
– Sshhhhh. No hay mucho tiempo.
– Mamá me ha dicho que no querías cuidarme más, que te marchabas para siempre…y nosotros también nos vamos a marchar…
– ¿Te ha dicho a dónde os marcháis?
– No. ¿Es cierto que no quieres cuidarme nunca más?
– Por supuesto que no, mi cielo. Mamá tiene miedo de las cosas que ves, y de que yo te las enseñe, pero tú no debes temer…
– ¡Yo no tengo miedo!
– Ssshh…. eso está bien. No olvides nunca lo que sabes y no dejes de practicar. Pero no puedes dejar que te vean, mi pequeño Eriaya.
– ¿Eriaya?
– Significa niño curioso en la lengua de las hadas. Nunca dejes que te quiten esa curiosidad, no dejes de aprender y de explorar. El mundo es más grande y más rico de lo que los humanos te pueden enseñar…
El picaporte de una puerta sonó en el pasillo. Los dos se estremecieron. Aiora estrechó al pequeño entre sus brazos y le colgó del cuello una fina cadena con un extraño colgante de metal retorcido.
– Esto es un amuleto, nunca te lo quites.
– Jamás.
– Cuídate, mi Eriaya.
– No te vayas. Aiora…-susurró su nombre y se quedó mirando la noche tras la ventana abierta. Su madre entró en la habitación mientras Aiora se deslizaba por la pared como una araña. Nunca antes la había visto moverse así y se sintió aún más fascinado y curioso con las maravillas que el mundo de Aiora le podían ofrecer.
– ¿Qué haces ahí Eric?
– Miro la luna.
– Vuelve a la cama. No hay nada que ver ahí fuera.
Ella oteó la noche tras el cristal, preocupada, y corrió la cortina con excesiva energía. El niño miró a su madre con una sensación extraña y poderosa creciendo en su interior, más allá de una simple rabieta infantil, una oscura comprensión de los últimos acontecimientos estaba mellando su ingenuidad por momentos. Aiora siempre le animaba y ensalzaba porque no tenía miedo a nada, pero había descubierto que tenía miedo a perderla y era su propia madre la que le estaba haciendo pasar por aquel mal trago.
Aferró el colgante contra su pecho. Su madre se inclinó sobre él con preocupación, temerosa de que tuviera alguna dolencia. Eric temía que le arrebatara el colgante, pero descubrió que ella no lo había visto.
– Mamá… si Aiora no va a cuidar más de mí. ¿Quién lo hará?
– Yo lo haré. Allá donde vamos ya no tendré que seguir viajando, me han destinado a un puesto en el que podré trabajar desde casa y podremos estar juntos…¿qué te parece?
– ¿Ni siquiera los fines de semana?
– ¿Cómo?
Había pensado en voz alta. Su madre le miraba extrañada, pero hizo como si no le hubiera oído y continuó relatando.
– Te gustará Finlandia. Ahora hará aún frío, pero en un par de semanas empezará a hacer mejor y pasaremos un verano magnífico.
Eric pensó en el verano. El verano anterior Aiora le había enseñado muchos juegos y subterfugios de lo que ella llamaba con cariño «los clanes sumergidos», se preguntaba si en Finlandia existirían también y si querrían enseñarle cosas.
– Vete a la cama, cariño. Mañana cogemos un avión…¿no estás nervioso? Tu primer vuelo…
Eric nunca había volado en avión, pero Aiora le había hecho flotar en el aire. Aiora había sido todo para él y ahora su madre se la había arrebatado por temor a sus enseñanzas. Aiora siempre decía que la mayoría de los hombres anhela ver más allá, pero cuando tienen la oportunidad de hacerlo el miedo les echa para atrás y les impide ver. Su madre era como esa mayoría aterrada, la sola idea de poder ver cosas que otros no veían la acongojaba.
Llegaron a Finlandia al final del invierno. Eric creía que aborrecería aquel país, pero desde la ventanilla del avión al acercarse al aeropuerto sólo veía verde, blanco y radiante azul. El día era claro y los innumerables lagos brillaban como piedras preciosas bañadas por la luz de mediodía. Lo adoró de inmediato, como de inmediato supo que encontraría alli a los clanes sumergidos y todas las criaturas que pudiera soñar. Sonrió con malicia y se arrebujó en su asiento, su madre le había arrebatado a Aiora, pero nunca le arrebataría su visión…ni sus poderes.
(…)
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